Con Gran Bretaña en las entrañas
Aparte de la tonta rima, aparte de la oportunidad, aparte de que normalmente, la actitud del reino de Su Graciosa Majestad en materia de política internacional me produce fuertes dolores de barriga (sin mencionar la mezquindad de la que suelen hacer gala con respecto a la UE); aparte de todo eso, lo cierto es que ese país ha sido víctima de un salvaje atentado, similar al que asoló Madrid hace apenas un año. Y no me he encontrado con ánimos para escribir sobre el tema hasta hoy.
Nadie con un ápice de alma puede estar de acuerdo con esa inhumana (y, sin embargo, muy usada por los humanos) forma de lucha. Al menos sobre el papel, los civiles no deben sufrir las acciones militares, aunque es una infantilidad pensar que ese extremo se cumplirá algún día. Pero el no compartir las formas, el sentir repugnancia por tanta sangre inútil no debe ocultarnos el análisis de las causas.
Al contrario de lo que mantiene Hutchinson, no nos encontramos ante un choque de civilizaciones. Estamos asistendo a una guerra por el poder. Un poder que influirá sobre las reservas de uno de los principales recursos naturales que sostienen nuestra civilización: el petróleo. En ese poso se superponen otros enfrentamientos, como el injusto trato del mundo a los palestinos en su conflicto con el Estado de Israel (uno de los pocos países democráticos que hace publicidad de sus asesinatos de Estado), o el de diversos movimientos dentro del Islam.
Estos conflictos se alimentan unos a otros y dan como resultado la difícil situación en la que nos encontramos hoy. De un lado, unos países occidentales, democráticos, ricos e importadores netos de petróleo que no son capaces de entender el proceso de génesis de un terrorista suicida y, de otro, unas sociedades en los países productores con enormes diferencias de renta, gobernados por reyes o tiranos, o por reyes-tiranos, en los que fruto del desánimo y la desesperación, el mensaje integrista cobra fácilmente adeptos.
Los desorientados (o no orientados debidamente) países occidentales montan coaliciones para atacar a los regímenes "malos", acabar con los apoyos al terrorismo e instaurar la democracia y, paradójicamente, aumenta el número de candidatos a inmolarse, incluso en los propios países desarrollados, incluso en la segunda generación de inmigrantes.
Evidentemente parece que nuestro enfpque no es el adecuado. Algo, o todo, lo estamos haciendo mal.
Como es costumbre, cerraremos con algunas preguntas: ¿si los países del petróleo fueran cristianos y los cristianos fueran musulmanes no habrían llegado a esta misma situación? ¿Cómo es posible que para luchar contra células de una red mundial se invadan países? ¿No sería más productivo gastar en destruir el tejido de la red, en localizar y anular sus fuentes de financiación y en infiltrar agentes en la estructura?
Nadie con un ápice de alma puede estar de acuerdo con esa inhumana (y, sin embargo, muy usada por los humanos) forma de lucha. Al menos sobre el papel, los civiles no deben sufrir las acciones militares, aunque es una infantilidad pensar que ese extremo se cumplirá algún día. Pero el no compartir las formas, el sentir repugnancia por tanta sangre inútil no debe ocultarnos el análisis de las causas.
Al contrario de lo que mantiene Hutchinson, no nos encontramos ante un choque de civilizaciones. Estamos asistendo a una guerra por el poder. Un poder que influirá sobre las reservas de uno de los principales recursos naturales que sostienen nuestra civilización: el petróleo. En ese poso se superponen otros enfrentamientos, como el injusto trato del mundo a los palestinos en su conflicto con el Estado de Israel (uno de los pocos países democráticos que hace publicidad de sus asesinatos de Estado), o el de diversos movimientos dentro del Islam.
Estos conflictos se alimentan unos a otros y dan como resultado la difícil situación en la que nos encontramos hoy. De un lado, unos países occidentales, democráticos, ricos e importadores netos de petróleo que no son capaces de entender el proceso de génesis de un terrorista suicida y, de otro, unas sociedades en los países productores con enormes diferencias de renta, gobernados por reyes o tiranos, o por reyes-tiranos, en los que fruto del desánimo y la desesperación, el mensaje integrista cobra fácilmente adeptos.
Los desorientados (o no orientados debidamente) países occidentales montan coaliciones para atacar a los regímenes "malos", acabar con los apoyos al terrorismo e instaurar la democracia y, paradójicamente, aumenta el número de candidatos a inmolarse, incluso en los propios países desarrollados, incluso en la segunda generación de inmigrantes.
Evidentemente parece que nuestro enfpque no es el adecuado. Algo, o todo, lo estamos haciendo mal.
Como es costumbre, cerraremos con algunas preguntas: ¿si los países del petróleo fueran cristianos y los cristianos fueran musulmanes no habrían llegado a esta misma situación? ¿Cómo es posible que para luchar contra células de una red mundial se invadan países? ¿No sería más productivo gastar en destruir el tejido de la red, en localizar y anular sus fuentes de financiación y en infiltrar agentes en la estructura?
Una lectura muy recomendable para tener una visión más amplia de la situación: La economía del hidrógeno de Jeremy Rifkin.
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