Nunca mejor dicho lo del temporal (y II)
Retomamos el relato tan abruptamente segado hace dos días. Había amanecido realmente en calma y merced a los efectos del terral los barcos apuntaban sus proas hacia el mar. El primer baño de la mañana, como ya se les informó a sus mercedes, indujo a nuestros navegantes a prometerse un día de placer inagotable. Pero los hados no les habían sido propicios hasta ahora y cuán modernos Ulises debieron penar por diez horas en las bravías aguas de la Bahía de Almería.
Eran posiblemente las nueve de la mañana cuando de nuevo el Poniente comenzó a arreciar. Tanto, que el ranquilo desayuno en cubierta hubo de ser sustituído por un rápido avituallamiento de pié en la cubierta. El asunto comenzó a ser preocupante a las 11:30, así que media hora después el Revirado volvía a hacerse a la mar en busca del puerto base y sin haber apenas dsifrutado de las límpidas aguas del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar.
Afortunadamente el viento no iba a ser problema, más allá de un rumbo de obligada ceñida. El viento pues era fuerte, la escora del barco continua y los esfuerzos del timonel por mantener la vertical titánicos y, sin embargo, la nao apenas avanzaba. Una fuerte corriente en contra impedía que las buenas rachas de viento fueran óptimamente utilizadas. De esta guisa, lo que en el día anterior apenas les había llevado una hora, al regreso les costó tres.
Ya en la vertical del faro de Cabo de Gata, la corriente remitió un tanto y el viento también, así que, en lugar de tomar un rumbo directo a Aguadulce, la tripulación decidió acercarse a la costa para descansar y, de paso, y por qué no decirlo, presumir un rato.
Grave error. Muy grave...
Frente a la playa de las Salinas fondearon y, dada la alta temperatura reinante, el capitán quitose gafas, gorra y camiseta y saltó por la popa como alma que lleva el Diablo. Los demás tripulantes, ansiosos por refrescarse optaron por la imitación y poco tardaron en darse cuenta de su error. Una vez más la corriente les arrastraba, pero ahora a ellos lejos del barco. El capitán y uno de los tripulantes lograron aferrarse a la chalupa de emergencia, pero las dos sirenas que les acompañaban (ese día y el resto de los días) eran incapaces de llegar. Es más, de manera impulsiva y hasta estúpida el caitán saltó en pos de su odalisca, convencido de que la distancia era lo suficientemente corta. Sin embargo ella no podía seguir nadando. Así que nuestro marino se despidió de ella y comenzó a nadar en dirección al barco. En su loca carrera pasó junto a la segunda nadadora, a la cual ni miró, por no perder un gramo de fuerza. Sin embargo, la corriente era muy dura y el capitán muy flojo. A apenas cinco metros de su destino ya no le quedaban fuerzas. Desde cubierta le gritaba nervioso el cuarto tripulante. Pensó rápido: opción 1, aprieto los dientes y llego hasta el barco; opción 2, aprieto los dientes y no llego, ergo me dejo llevar intentando ganar la orilla; opción 3, me echo a llorar como un loco, que es lo que de verdad me apetece...
Afortunadamente fue la opción 1. El capitán logró asirse a un cabo y sin apenas resuello y ayudado por el tripulante de cubierta subió torpemente a bordo. Una vez allí, levó ancla y se dirigió al rescate de las féminas, que por aquel entonces se hallaban agrupadas. Con grandes esfuerzos y no sin cierta fortuna lograron subirlas a bordo, aunque para ese entonces ninguno de los navegantes tenía fuerzas ni para quejarse.
Para colmo de males, cuando por fin se recompusieron, diéronse cuenta de que se encontraban en medio de una encalmada, y es que si Virgilio decía aquello de "varium et mutabile semper femina" era porque no debía conocer las aguas de Almería. Aprovechando el reposo que nos proporcionaba Eolo dimos motor y comenzamos nuestro alejamiento de la costa persuadidos de que lo mejor era llegar cuanto antes al puerto. Sin embargo, Poseidón no estaba por la labor y, decidió entretenernos con una brisa freca que animaba a izar la mayor. Más animados estaban los navegantes cuando el malévolo Dios de las aguas quiso jugar con ellos a los barquitos de papel, mandando olas de algo más de dos metros.
Con el fin de no enfilarlas de manera directa, sino todo lo más con la amura y hacer más suave el cabalgaje, la navegación se ralentizó acumulando aún más horas en las espaldas y traseros de nuestros protagonistas.
Poco a poco, las sombras de la ciudad de Almería se acercaban y las olas comenzaron a remitir un tanto, por lo que se pudo acelerar la marcha. Pero, otro pero, no todo iba a ser tan bonito. A estribor se acercaba con buena velocidad el Ferry de Nador, mientras que por estribor, saliendo del puerto un carguero de aspecto extraño se les aproximaba. Parecía una broma macabra. Ninguno pensaba que fuera a pasar nada, aunque todos, en el fondo tenían miedo, llevaban tanto encima.
Finalmente, a eso de las 10 de la noche lograban atracar en el puerto de Aguadulce, exhaustos, requemados por el sol y con las posaderas y espalda doloridas de tantas horas de navegación.
¿Acabaron aquí sus vicisitudes? No, evidentemente, no. A una pareja de tripulantes aún les quedaba la desgracia de comprobar que su coche se había quedado sin batería. Y al capitán le dolió oir eso de "ya sé porqué dicen que el segundo día más feliz de un propietario de barco es el que lo vende". Un final acorde con el resto del viaje.
Eran posiblemente las nueve de la mañana cuando de nuevo el Poniente comenzó a arreciar. Tanto, que el ranquilo desayuno en cubierta hubo de ser sustituído por un rápido avituallamiento de pié en la cubierta. El asunto comenzó a ser preocupante a las 11:30, así que media hora después el Revirado volvía a hacerse a la mar en busca del puerto base y sin haber apenas dsifrutado de las límpidas aguas del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar.
Afortunadamente el viento no iba a ser problema, más allá de un rumbo de obligada ceñida. El viento pues era fuerte, la escora del barco continua y los esfuerzos del timonel por mantener la vertical titánicos y, sin embargo, la nao apenas avanzaba. Una fuerte corriente en contra impedía que las buenas rachas de viento fueran óptimamente utilizadas. De esta guisa, lo que en el día anterior apenas les había llevado una hora, al regreso les costó tres.
Ya en la vertical del faro de Cabo de Gata, la corriente remitió un tanto y el viento también, así que, en lugar de tomar un rumbo directo a Aguadulce, la tripulación decidió acercarse a la costa para descansar y, de paso, y por qué no decirlo, presumir un rato.
Grave error. Muy grave...
Frente a la playa de las Salinas fondearon y, dada la alta temperatura reinante, el capitán quitose gafas, gorra y camiseta y saltó por la popa como alma que lleva el Diablo. Los demás tripulantes, ansiosos por refrescarse optaron por la imitación y poco tardaron en darse cuenta de su error. Una vez más la corriente les arrastraba, pero ahora a ellos lejos del barco. El capitán y uno de los tripulantes lograron aferrarse a la chalupa de emergencia, pero las dos sirenas que les acompañaban (ese día y el resto de los días) eran incapaces de llegar. Es más, de manera impulsiva y hasta estúpida el caitán saltó en pos de su odalisca, convencido de que la distancia era lo suficientemente corta. Sin embargo ella no podía seguir nadando. Así que nuestro marino se despidió de ella y comenzó a nadar en dirección al barco. En su loca carrera pasó junto a la segunda nadadora, a la cual ni miró, por no perder un gramo de fuerza. Sin embargo, la corriente era muy dura y el capitán muy flojo. A apenas cinco metros de su destino ya no le quedaban fuerzas. Desde cubierta le gritaba nervioso el cuarto tripulante. Pensó rápido: opción 1, aprieto los dientes y llego hasta el barco; opción 2, aprieto los dientes y no llego, ergo me dejo llevar intentando ganar la orilla; opción 3, me echo a llorar como un loco, que es lo que de verdad me apetece...
Afortunadamente fue la opción 1. El capitán logró asirse a un cabo y sin apenas resuello y ayudado por el tripulante de cubierta subió torpemente a bordo. Una vez allí, levó ancla y se dirigió al rescate de las féminas, que por aquel entonces se hallaban agrupadas. Con grandes esfuerzos y no sin cierta fortuna lograron subirlas a bordo, aunque para ese entonces ninguno de los navegantes tenía fuerzas ni para quejarse.
Para colmo de males, cuando por fin se recompusieron, diéronse cuenta de que se encontraban en medio de una encalmada, y es que si Virgilio decía aquello de "varium et mutabile semper femina" era porque no debía conocer las aguas de Almería. Aprovechando el reposo que nos proporcionaba Eolo dimos motor y comenzamos nuestro alejamiento de la costa persuadidos de que lo mejor era llegar cuanto antes al puerto. Sin embargo, Poseidón no estaba por la labor y, decidió entretenernos con una brisa freca que animaba a izar la mayor. Más animados estaban los navegantes cuando el malévolo Dios de las aguas quiso jugar con ellos a los barquitos de papel, mandando olas de algo más de dos metros.
Con el fin de no enfilarlas de manera directa, sino todo lo más con la amura y hacer más suave el cabalgaje, la navegación se ralentizó acumulando aún más horas en las espaldas y traseros de nuestros protagonistas.
Poco a poco, las sombras de la ciudad de Almería se acercaban y las olas comenzaron a remitir un tanto, por lo que se pudo acelerar la marcha. Pero, otro pero, no todo iba a ser tan bonito. A estribor se acercaba con buena velocidad el Ferry de Nador, mientras que por estribor, saliendo del puerto un carguero de aspecto extraño se les aproximaba. Parecía una broma macabra. Ninguno pensaba que fuera a pasar nada, aunque todos, en el fondo tenían miedo, llevaban tanto encima.
Finalmente, a eso de las 10 de la noche lograban atracar en el puerto de Aguadulce, exhaustos, requemados por el sol y con las posaderas y espalda doloridas de tantas horas de navegación.
¿Acabaron aquí sus vicisitudes? No, evidentemente, no. A una pareja de tripulantes aún les quedaba la desgracia de comprobar que su coche se había quedado sin batería. Y al capitán le dolió oir eso de "ya sé porqué dicen que el segundo día más feliz de un propietario de barco es el que lo vende". Un final acorde con el resto del viaje.
Es lamentable que vuestra merced pasara por tan lamentable trance, pero sepa vuestra merced que los grandes y avezados capitanes se han curtido en situaciones similares y aún mucho peores. Algunos no llegaron a curtirse.
ResponderEliminarSi yo fuese vuestro padre os daria este consejo "vended el barco pardiez y sed feliz con vuestra esposa y descendencia"
Pues menos mal que no lo es usted, más que si lo fuera, en mal lugar su consejo me dejara...
ResponderEliminar:-D