¿Qué puñetas es la economía?
Este artículo salió publicado en el suplemento de economía de Ideal, Expectativas. La idea me la dio una estudiante de ESO que vino a contarme sus cuítas con la asignatura de economía...
Vaya tonterías que escribe este tipo, pensarán los que no me conocen, o los que me conocen bastante. Pero es que no lo puedo remediar. Estamos rodeados de economía por todas partes, en los telediarios y periódicos, en la radio, en la vida. Nos enfrentamos a diario a decisiones de carácter económico y, sin darnos cuenta, aprendemos a pensar en términos económicos desde muy pequeños.
Y, sin embargo, cuando se trata de describirla, no somos capaces de ello. Y comienzo por autoinculparme, ya que no en vano llevo 10 años impartiendo economía a diversas titulaciones de la Universidad de Almería. Al principio, con ese complejo de inferioridad de todo profesor novato, les endiñaba a los alumnos una serie de definiciones sacadas de diversos manuales de prestigio. Con el paso del tiempo las fui reduciendo a una, que me parecía más universal. Hace unos años me atreví a impartir mi propia definición, en la que pretendía incorporar el concepto de coste ambiental o ecológico desde el principio y, a día de hoy, lo confieso, creo que la mejor definición que puede darse de esta disciplina es la que les voy a enunciar: economía es eso a lo que se dedican los economistas.
Y lo creo firmemente. Les explico; con el paso del tiempo los ámbitos de estudio a los que se han incorporado los economistas son de lo más variopinto. Desde la sostenibilidad ambiental hasta el análisis de las dependencias con las herramientas de la economía marginalista. Por eso, en el fondo, la economía es un cierta forma de ver la realidad. Si me aceptan la metáfora, los economistas vemos la realidad armados con unas gafas especiales que nos resaltan ciertas tonalidades de color y nos apagan otras. Armados con esas gafas nos podemos sumergir en el mar y analizar la supervivencia de las pesquerías, nos podemos poner las botas de montaña y discutir con los ingenieros de montes sobre el turno óptimo, o simplemente podemos ir de compras en Navidades e interrogarnos por la coyuntura del comercio menor en esas fechas.
Sin embargo, otros colegas lo ven de forma distinta. Hay una parte importante de la profesión, sobre todo en el ámbito académico, que ha heredado un viejo complejo de inferioridad con respecto a las denominadas ciencias experimentales. Entre estos profesionales es tabú poner en duda la naturaleza científica (con mayúsculas) de la economía y se insiste en la necesidad de armar los razonamientos con un fuerte aparataje numérico que, de complejo, termina resultando pueril. Hay otros que apenas son capaces de ver las aplicaciones prácticas de la misma más allá del mercado, al cual sacralizan con la misma pasión que otros muchos lo demonizan y, unos y otros contemplan las zonas de convergencia como males menores que pueden corregirse a largo plazo. También los hay que piensan en ella como unas gafas que te ayudan a resaltar ciertos matices de la realidad.
¿Y qué? Volverán a preguntarse los que no me conocen, o los que me conocen demasiado. ¿A qué viene todo esto? Todo esto viene a cuento porque hace unas semanas, la hija de unos amigos me pidió ayuda con la economía de ESO, ya que los problemas se le atragantaban. Así que heme allí, dispuesto a ayudar a aquella adolescente más pendiente de los “toques” del novio a su móvil que de lo que yo estaba dispuesto a explicarle. Pero, cual fue mi sorpresa cuando descubrí que los famosos problemas de economía consistían en “jugar” con unas acciones en la Bolsa y calcular los beneficios. Aunque ella me insistió que esa era el tipo de economía que estaban aprendiendo, me resisto a creer que es verdad. Porque si es verdad, intuyo que las facultades de economía se van a despoblar a mayor velocidad que el descenso de natalidad.
Sinceramente, me parece más propio de matemáticas que de economía ese tipo de enseñanzas. En vez de explicarles a los alumnos que la economía es una forma de ver las cosas y que con ella se pueden interpretar distintos aspectos de la realidad, en vez de enseñarles algo sobre la rica tradición del pensamiento económico, o cómo la economía ha ido adaptando sus preocupaciones en función de los vaivenes de la sociedad, les inculcamos que economía es el cálculo de la rentabilidad de una operación bursátil en el euromercado. Vamos, una disciplina sólo apta para aprendices de Mario Conde.
Vaya tonterías que escribe este tipo, pensarán los que no me conocen, o los que me conocen bastante. Pero es que no lo puedo remediar. Estamos rodeados de economía por todas partes, en los telediarios y periódicos, en la radio, en la vida. Nos enfrentamos a diario a decisiones de carácter económico y, sin darnos cuenta, aprendemos a pensar en términos económicos desde muy pequeños.
Y, sin embargo, cuando se trata de describirla, no somos capaces de ello. Y comienzo por autoinculparme, ya que no en vano llevo 10 años impartiendo economía a diversas titulaciones de la Universidad de Almería. Al principio, con ese complejo de inferioridad de todo profesor novato, les endiñaba a los alumnos una serie de definiciones sacadas de diversos manuales de prestigio. Con el paso del tiempo las fui reduciendo a una, que me parecía más universal. Hace unos años me atreví a impartir mi propia definición, en la que pretendía incorporar el concepto de coste ambiental o ecológico desde el principio y, a día de hoy, lo confieso, creo que la mejor definición que puede darse de esta disciplina es la que les voy a enunciar: economía es eso a lo que se dedican los economistas.
Y lo creo firmemente. Les explico; con el paso del tiempo los ámbitos de estudio a los que se han incorporado los economistas son de lo más variopinto. Desde la sostenibilidad ambiental hasta el análisis de las dependencias con las herramientas de la economía marginalista. Por eso, en el fondo, la economía es un cierta forma de ver la realidad. Si me aceptan la metáfora, los economistas vemos la realidad armados con unas gafas especiales que nos resaltan ciertas tonalidades de color y nos apagan otras. Armados con esas gafas nos podemos sumergir en el mar y analizar la supervivencia de las pesquerías, nos podemos poner las botas de montaña y discutir con los ingenieros de montes sobre el turno óptimo, o simplemente podemos ir de compras en Navidades e interrogarnos por la coyuntura del comercio menor en esas fechas.
Sin embargo, otros colegas lo ven de forma distinta. Hay una parte importante de la profesión, sobre todo en el ámbito académico, que ha heredado un viejo complejo de inferioridad con respecto a las denominadas ciencias experimentales. Entre estos profesionales es tabú poner en duda la naturaleza científica (con mayúsculas) de la economía y se insiste en la necesidad de armar los razonamientos con un fuerte aparataje numérico que, de complejo, termina resultando pueril. Hay otros que apenas son capaces de ver las aplicaciones prácticas de la misma más allá del mercado, al cual sacralizan con la misma pasión que otros muchos lo demonizan y, unos y otros contemplan las zonas de convergencia como males menores que pueden corregirse a largo plazo. También los hay que piensan en ella como unas gafas que te ayudan a resaltar ciertos matices de la realidad.
¿Y qué? Volverán a preguntarse los que no me conocen, o los que me conocen demasiado. ¿A qué viene todo esto? Todo esto viene a cuento porque hace unas semanas, la hija de unos amigos me pidió ayuda con la economía de ESO, ya que los problemas se le atragantaban. Así que heme allí, dispuesto a ayudar a aquella adolescente más pendiente de los “toques” del novio a su móvil que de lo que yo estaba dispuesto a explicarle. Pero, cual fue mi sorpresa cuando descubrí que los famosos problemas de economía consistían en “jugar” con unas acciones en la Bolsa y calcular los beneficios. Aunque ella me insistió que esa era el tipo de economía que estaban aprendiendo, me resisto a creer que es verdad. Porque si es verdad, intuyo que las facultades de economía se van a despoblar a mayor velocidad que el descenso de natalidad.
Sinceramente, me parece más propio de matemáticas que de economía ese tipo de enseñanzas. En vez de explicarles a los alumnos que la economía es una forma de ver las cosas y que con ella se pueden interpretar distintos aspectos de la realidad, en vez de enseñarles algo sobre la rica tradición del pensamiento económico, o cómo la economía ha ido adaptando sus preocupaciones en función de los vaivenes de la sociedad, les inculcamos que economía es el cálculo de la rentabilidad de una operación bursátil en el euromercado. Vamos, una disciplina sólo apta para aprendices de Mario Conde.
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