¿Quién me salva de las vacaciones?
A estas alturas de mis vacaciones, a una semana de reincorporarme al trabajo, estoy completamente seguro de lo que voy a decir: SOCORRO.
Y es que lejos de ser un período de desconexión, de aleamiento de la rutina y de descanso, se han convertido en una rutina más pesada que la diaria, ya que en el trabajo no siempre hace uno las mismas cosas. Pero en casa... es otra historia. Y la cosa empeora sustancialmente si te encuentras solo con un infante de 10 meses y un adicto a los videojuegos de 8 años. La experencia es inenarrable y uno echa de menos hasta las olas de 2 metros.
Supongo que los psicólogos lo tendrán explicado, y que hasta tendrá nombre. Yo le llamo el "síndrome de las 2 J", ya que es por esa letra por la que comienza el nombre de mis dos berracos. Es tan uerte el síndrome que anhelo con desesperación la mañana del miércoles 2 de agosto, aunque eso me suponga tener que montar una complicada logística de colocación de los niños. En el despacho hay silencio cuando uno quiere, en el despacho no se suele pasar calor, en el despacho hablas de algo distinto al Zelda o la Game Cube y los únicos lloros que uno escucha son los de los críos del edificio de enfrente.
¿Quién me salva de estas vacaciones?
Y es que lejos de ser un período de desconexión, de aleamiento de la rutina y de descanso, se han convertido en una rutina más pesada que la diaria, ya que en el trabajo no siempre hace uno las mismas cosas. Pero en casa... es otra historia. Y la cosa empeora sustancialmente si te encuentras solo con un infante de 10 meses y un adicto a los videojuegos de 8 años. La experencia es inenarrable y uno echa de menos hasta las olas de 2 metros.
Supongo que los psicólogos lo tendrán explicado, y que hasta tendrá nombre. Yo le llamo el "síndrome de las 2 J", ya que es por esa letra por la que comienza el nombre de mis dos berracos. Es tan uerte el síndrome que anhelo con desesperación la mañana del miércoles 2 de agosto, aunque eso me suponga tener que montar una complicada logística de colocación de los niños. En el despacho hay silencio cuando uno quiere, en el despacho no se suele pasar calor, en el despacho hablas de algo distinto al Zelda o la Game Cube y los únicos lloros que uno escucha son los de los críos del edificio de enfrente.
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