El uso del oxímoron en economía

Este artículo saldrá en el número de Expectativas del 23 de octubre.

Hay una palabra en el diccionario que me tiene enamorado. Es el oxímoron, una palabra cuatrisílaba, esdrújula con el encanto sonoro de las esdrújulas, al que se añade la extraña cercanía lejana de la equis. Primero me atrajo su propia forma, pero luego me terminó de subyugar su significado: “combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido; p.ej., un silencio atronador”.
Como broma, solía decir que el mejor ejemplo de oxímoron es el de inteligencia militar, con bastante éxito en aquellos tiempos en los que fue noticia la reducción del cociente de inteligencia mínimo para ingresar como soldado en el ejército español. Sin embargo, no fui consciente de la profusión de términos económicos formados por un oxímoron hasta que me invitaron a debatir a una mesa redonda sobre agricultura ecológica. Y es que, enviciado el oído en la búsqueda de tan curiosa fórmula, no pude por menos que constatar la naturaleza contradictoria de ambas palabras. Efectivamente, si es agricultura, no puede ser ecológica, porque agricultura presupone actividad humana interviniendo en el ecosistema natural. Podrá ser poco agresiva, o exenta de fitosanitarios, pero nunca ecológica pura, pues dejaría de ser agricultura y sería recolección. Desgraciadamente el auditorio no era el apropiado para juegos de palabras y la inmensa mayoría interpretó que yo estaba atacando a la, mal llamada, “agricultura ecológica”.
Pero ese no era el único caso. En último extremo, el desarrollo sostenible, ese concepto que nació en los 70 y alcanzó su máximo apogeo en la década de los 90, es también un oxímoron. El desarrollo, el desarrollo económico, que es al que se refiere, nunca es 100% sostenible, puesto que incorpora en su misma base el concepto de uso de los recursos naturales, muchos de los cuales son agotables en términos de la temporalidad humana. Por tanto, a lo sumo, podemos aspirar a un desarrollo lo más sostenible posible, pero nunca a uno en términos absolutos.
Como ya digo, el recurso al oxímoron no es extraño en la economía, ni siquiera entre tiempos más remotos. El concepto de “destrucción creadora” de Schumpeter es también un oxímoron como la copa de un pino. Y tampoco es extraño en las últimas incorporaciones, ¿qué es si no el “turismo residencial”? O es turismo, o es residencial, pero lo uno excluye forzosamente a lo otro. Y, sin embargo, la expresión ha hecho fortuna en lugar de nombres más aproximados como inmigración no laboral, residencia temporal o, simplemente, soluciones habitacionales de temporada.
El juego es divertido, y podríamos seguir buscando en la terminología económica nuevos ejemplos. Sin embargo, tal vez lo que quepa hacerse es la pregunta de si hay alguna razón que impulse a los economistas a buscar la unión de contrarios para expresar nuevos conceptos. En principio, y para ser honrados con la ciencia, creo que deberíamos constatar si el uso del oxímoron es propio de la economía o se extiende a otras ciencias. Pero, dado que mi conocimiento de otras disciplinas es más bien escaso, y que ese trabajo me distraería de la diversión de fabricar hipótesis inverosímiles, elijo conscientemente ser deshonesto.
Se me ocurre que el uso del oxímoron en la economía obedece, seguramente, al complejo que siempre ha tenido de ser menos ciencia que la física o la matemática, y a la necesidad de protegerse mediante una terminología compleja (y las palabras compuestas lo son) de los advenedizos y no iniciados en la docta disciplina. Otra razón, alternativa o incluso acumulativa, es la tendencia al uso del eufemismo en economía, tendencia que intenta ocultar bajo nombres complicados adrede, situaciones poco agradables o demasiado mundanas como para ser tomadas por serias. Así, el uso, por ejemplo del tan cacareado “turismo residencial” obedecería a este grupo. Añadiendo el nombre de turismo se le da una importancia nominal mayor, al ser ésta una actividad ampliamente reconocida y apreciada en la mayor parte del mundo por sus efectos beneficiosos sobre las economías receptoras. En última instancia, se intenta ningunear la principal componente que es, precisamente, la residencial y que suele tener una “peor prensa” por su dimensión esencialmente inmobiliaria.
Ejemplo de la primera opción podría ser el de la destrucción creadora, que muy bien podría haberse denominado selección del mercado, más darwinista y, a mi modo de ver, más apropiada. Aunque también más evidente. Les invito desde aquí a que jueguen conmigo a encontrar esos pequeños templos a la incongruencia que de vez en cuando nos asaltan en las lecturas o en las conversaciones, agazapados sobre montañas enanas.

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