CUCO VELA (I)
Primero de una serie de 4 cuentos que sólo tienen en común que fueron escritos directaemente en y para la web de Mac-Club y que son CUentos COrtos para un VErano LArgo, perpetrados todos ellos durante el verano de 2004. Reproduzco también la entradilla inicial.
CUentos COrtos para un VErano LArgo. Me propongo escribir dos o tres relatos semanales sobre la marcha. La idea es aliviar mi aburriemiento, por un lado, y acompañar a esos pobres y esas pobres que se encuentran de vacaciones en este mes de caluroso nombre. Que nos, mejor, que os sea leve...
Cuco Vela siempre se sintió distinto a los demás. Cuando todos sus amigos se pirraban por jugar a las prendas con las chicas, él prefería los juegos de peleas, que le procuraban una excitación secreta que no alcanzaba con las tonterías de los besos y los achuchones a oscuras. Cuco era, en ciertos aspectos, un buen hijo de su generación. Nacido a finales de los 60, en las últimas bocanadas del baby boom y en el seno de una familia de cinco hermanos, le tocó vivir su adolescencia y primera juventud en la vorágine de los 80. La edad de los descubrimientos la pasó en la cresta de una ola que iba cambiando España de arriba a abajo. No sólo era la música. En todas partes se respiraban aires nuevos y las mutaciones de la sociedad iban abriendo un foso tan profundo que los 70 parecían haber sucedido hacía siglos.
En esos años, ya en la Universidad, Cuco se atrevió finalemente a reconocerse a si mismo. La idea le golpeaba constantemente la cabeza y cada uno de los poros de su piel desde hacía años, pero no fue hasta que conoció a Martín que sus sentimientos se desbocaron por encima de la barrera que insconscientemente había ido construyendo poco a poco. Una presa que encerraba su personalidad y cercaba su mundo como un corsé.
Pero Martín tenía una mirada tierna que le desarmaba. No era capaz de apartar la vista de sus andares cuando pasaba a su lado por el pasillo de clase y en el tono de su voz creía encontrar mensajes cifrados destinados sólo a él. Mensajes en los que le prometía amor eterno y en los que le animaba a dar el primer paso. Durante semanas anduvo como un sonámbulo, imaginando una y otra vez mil y una formas de decirle a Martín lo que su corazón acallaba a duras penas.
Finalmente, una tarde de septiembre en la que el grupo había quedado para reencontrarse tras las vacaciones de verano, creyó llegado el momento. Se puso lo más elegante que había traído en la maleta del pueblo y llegó al punto de encuentro soñando con los besos de Martín. Pero él no apareció. Ni esa tarde ni nunca más. Alguien les contó que se había tenido que quedar en Muchedumbres, pues había dejado embarazada a una chica y los padres de ambos les obligaban a casarse.
Cuco desde aquella tarde no fue el mismo. Dejó de ir a las clases de la universidad y se refugió en los primeros locales de ambiente que habían surgido en la ciudad; dejó de llamar a su familia cada semana y cortó los vínculos con la mayor parte de los integrantes de la pandilla. Al llegar el verano, no volvió a casa y su recuerdo se fue apagando en la memoria de todos. La misma habilidad que había desarrollado para disimular sus sentimientos fue luego el catalizador del olvido; siempre pasó demasiado desapercibido.
Los años fueron cubriendo de herrumbre los lugares que le vieron crecer, allá en su pueblo costero. Nadie o casi nadie era capaz de recordar a aquel niño apocado que un día correteó por las calles con el resto de la chavalería. Nadie excepto sus padres, que le creían trabajando en el extranjero.
Pero todo explotó de pronto una noche de 2004. En el programa Sopa de Corazones, especializado en destripar con alevosía las vidas de un nutrido número de famosillos nacidos al calor de los reality, anunciaron a bombo y platillo que habían decubierto el secreto mejor guardado de Cucaracha, un famoso transexual, que había participado en numerosas películas de Pedro Almodóvar y que había llegado a ser la imagen de una prestigiosa marca de lujo.
Aquella noche todos los vecinos de su antiguo barrio, todos los habitantes del pueblo, todas sus amistades de la universidad, y sus padres, descubrieron que Cucaracha y Cuco Vela eran la misma persona. Esa misma noche, en una casa de la calle Arturo Soria de Madrid, un hombre casado, con tres hijos, lloró al recordar aquel amor secreto que le devoró cuando era estudiante y que nunca se atrevió a descubrir.
CUentos COrtos para un VErano LArgo. Me propongo escribir dos o tres relatos semanales sobre la marcha. La idea es aliviar mi aburriemiento, por un lado, y acompañar a esos pobres y esas pobres que se encuentran de vacaciones en este mes de caluroso nombre. Que nos, mejor, que os sea leve...
Cuco Vela siempre se sintió distinto a los demás. Cuando todos sus amigos se pirraban por jugar a las prendas con las chicas, él prefería los juegos de peleas, que le procuraban una excitación secreta que no alcanzaba con las tonterías de los besos y los achuchones a oscuras. Cuco era, en ciertos aspectos, un buen hijo de su generación. Nacido a finales de los 60, en las últimas bocanadas del baby boom y en el seno de una familia de cinco hermanos, le tocó vivir su adolescencia y primera juventud en la vorágine de los 80. La edad de los descubrimientos la pasó en la cresta de una ola que iba cambiando España de arriba a abajo. No sólo era la música. En todas partes se respiraban aires nuevos y las mutaciones de la sociedad iban abriendo un foso tan profundo que los 70 parecían haber sucedido hacía siglos.
En esos años, ya en la Universidad, Cuco se atrevió finalemente a reconocerse a si mismo. La idea le golpeaba constantemente la cabeza y cada uno de los poros de su piel desde hacía años, pero no fue hasta que conoció a Martín que sus sentimientos se desbocaron por encima de la barrera que insconscientemente había ido construyendo poco a poco. Una presa que encerraba su personalidad y cercaba su mundo como un corsé.
Pero Martín tenía una mirada tierna que le desarmaba. No era capaz de apartar la vista de sus andares cuando pasaba a su lado por el pasillo de clase y en el tono de su voz creía encontrar mensajes cifrados destinados sólo a él. Mensajes en los que le prometía amor eterno y en los que le animaba a dar el primer paso. Durante semanas anduvo como un sonámbulo, imaginando una y otra vez mil y una formas de decirle a Martín lo que su corazón acallaba a duras penas.
Finalmente, una tarde de septiembre en la que el grupo había quedado para reencontrarse tras las vacaciones de verano, creyó llegado el momento. Se puso lo más elegante que había traído en la maleta del pueblo y llegó al punto de encuentro soñando con los besos de Martín. Pero él no apareció. Ni esa tarde ni nunca más. Alguien les contó que se había tenido que quedar en Muchedumbres, pues había dejado embarazada a una chica y los padres de ambos les obligaban a casarse.
Cuco desde aquella tarde no fue el mismo. Dejó de ir a las clases de la universidad y se refugió en los primeros locales de ambiente que habían surgido en la ciudad; dejó de llamar a su familia cada semana y cortó los vínculos con la mayor parte de los integrantes de la pandilla. Al llegar el verano, no volvió a casa y su recuerdo se fue apagando en la memoria de todos. La misma habilidad que había desarrollado para disimular sus sentimientos fue luego el catalizador del olvido; siempre pasó demasiado desapercibido.
Los años fueron cubriendo de herrumbre los lugares que le vieron crecer, allá en su pueblo costero. Nadie o casi nadie era capaz de recordar a aquel niño apocado que un día correteó por las calles con el resto de la chavalería. Nadie excepto sus padres, que le creían trabajando en el extranjero.
Pero todo explotó de pronto una noche de 2004. En el programa Sopa de Corazones, especializado en destripar con alevosía las vidas de un nutrido número de famosillos nacidos al calor de los reality, anunciaron a bombo y platillo que habían decubierto el secreto mejor guardado de Cucaracha, un famoso transexual, que había participado en numerosas películas de Pedro Almodóvar y que había llegado a ser la imagen de una prestigiosa marca de lujo.
Aquella noche todos los vecinos de su antiguo barrio, todos los habitantes del pueblo, todas sus amistades de la universidad, y sus padres, descubrieron que Cucaracha y Cuco Vela eran la misma persona. Esa misma noche, en una casa de la calle Arturo Soria de Madrid, un hombre casado, con tres hijos, lloró al recordar aquel amor secreto que le devoró cuando era estudiante y que nunca se atrevió a descubrir.
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