Ateos sin fronteras
Artículo pensado al calor de las manifestaciones islámicas contra las caricaturas de Mahoma, enviado a La Voz de Almería, en el que devengo en un pesimismo del que no me creía capaz.
Posiblemente sea éste un artículo atípico. Y lo es porque se estructura en dos actos, y porque el título poco tiene que ver con la conclusión. Normalmente primero me surge una idea, luego un título y finalmente un texto más o menos largo y más o menos claro. Sin embargo, dado que en esta ocasión me he concedido un plazo de maduración más largo que de costumbre, me ha dado tiempo a modificar radicalmente la idea inicial. Pero el título original me gustaba tanto que he pensado eso de que “no dejes que un cambio de contenido te estropee un buen titular”.
Acto 1º.
Turbas enfurecidas se echan a la calle clamando venganza o perdón, o las dos cosas, por la publicación en Europa de unas caricaturas de Mahoma ofensivas para el Islam. Primera conclusión: en pleno siglo XXI se siguen cometiendo estupideces en nombre de la religión. En esencia, este en un caso flagrante de atentado a la libertad de expresión. La base de nuestro sistema democrático es la crítica y, es más, no tiene sentido sin ella. Dicen algunos que el problema radica en la representación del profeta Mahoma. ¿Acaso no se hubiera montado la misma trifulca si los caricaturistas hubieran escrito lo que han dibujado? Que se lo digan a Salman Rushdie. Por otro lado, les guste o no, los caricaturistas ofrecieron una imagen del Islam que ha sido forjada a sangre y fuego por sus extremistas: los que ponen las bombas y los que predican desde las mezquitas el odio al infiel. Posiblemente no sea justo abarcar un mundo tan amplio y complejo como el del Islam con una etiqueta tan simple, pero los seres humanos las necesitamos y las usamos para categorizar nuestra realidad.
Segunda conclusión: habría que montar una ONG (organización no gubernamental) dedicada a diseminar la semilla del ateismo. Con sede central en Jerusalén tendría brazos por todo el mundo, dedicada a descristianizar, desjudaizar, desislamizar y desbudismalizar a todo bicho viviente; elaboraría informes anuales sobre la conculcación de los derechos humanos en nombre de la religión y denunciaría la presencia de apoyos religiosos de los distintos candidatos políticos.
Sería una labor de siglos pero, con toda seguridad, mucho más práctica que las llamadas al respeto incondicional, que más bien parecen una renuncia a uno de nuestros derechos básicos. Planteamientos integristas como los que plantean las masas islamistas no nos hubiera permitido disfrutar de películas como la vida de Bryan (irreverente dónde las haya), o La última tentación de Cristo, incluso La Pasión de Cristo, en la que a fuerza de sangrar Jesús resulta de los más humano. Tampoco tendríamos a ese memorable y divino personaje de la revista El Jueves impartiendo lecciones de humor cada miércoles. En resumen, creo que uno de los éxitos de la civilización occidental ha sido el de recluir lo religioso en el ámbito de lo privado, así como el avance de la crítica como herramienta de expresión social. Y son victorias irrenunciables.
Acto 2º.
Sin embargo, desgraciada y sinceramente, creo que tampoco sería la solución. Es posible que el problema no sea tanto la religión como nuestra capacidad de generar violencia. A falta de religiones por las que matarnos siempre tendríamos ideas políticas, pedacitos de tierra, recursos naturales, equipos de fútbol o, incluso, impulsos de lo más básicos (hambre, sed, sexo).
Desgraciadamente la violencia está asentada en lo más profundo de nuestro código genético y, por tanto, la solución definitiva vendría de una mutación inducida, mezclando nuestro ADN con el de una ameba, o con el de un alga. De hecho, creo que una de las claves de nuestro éxito como especie está precisamente vinculado a nuestro comportamiento violento (muy propio de todos los primates). Seguramente, merced a una inteligencia superior puesta al servicio de la violencia fuimos capaces de desplazar primero y abocar a la extinción, después, a nuestros primos los neandertales.
Así que, finalmente, ni siquiera con una ONG como Ateos Sin Fronteras frenaríamos el estúpido comportamiento humano, que seguramente inventaría nuevos dioses y nuevas creencias para aligerar el miedo a la muerte y al no ser.
Posiblemente sea éste un artículo atípico. Y lo es porque se estructura en dos actos, y porque el título poco tiene que ver con la conclusión. Normalmente primero me surge una idea, luego un título y finalmente un texto más o menos largo y más o menos claro. Sin embargo, dado que en esta ocasión me he concedido un plazo de maduración más largo que de costumbre, me ha dado tiempo a modificar radicalmente la idea inicial. Pero el título original me gustaba tanto que he pensado eso de que “no dejes que un cambio de contenido te estropee un buen titular”.
Acto 1º.
Turbas enfurecidas se echan a la calle clamando venganza o perdón, o las dos cosas, por la publicación en Europa de unas caricaturas de Mahoma ofensivas para el Islam. Primera conclusión: en pleno siglo XXI se siguen cometiendo estupideces en nombre de la religión. En esencia, este en un caso flagrante de atentado a la libertad de expresión. La base de nuestro sistema democrático es la crítica y, es más, no tiene sentido sin ella. Dicen algunos que el problema radica en la representación del profeta Mahoma. ¿Acaso no se hubiera montado la misma trifulca si los caricaturistas hubieran escrito lo que han dibujado? Que se lo digan a Salman Rushdie. Por otro lado, les guste o no, los caricaturistas ofrecieron una imagen del Islam que ha sido forjada a sangre y fuego por sus extremistas: los que ponen las bombas y los que predican desde las mezquitas el odio al infiel. Posiblemente no sea justo abarcar un mundo tan amplio y complejo como el del Islam con una etiqueta tan simple, pero los seres humanos las necesitamos y las usamos para categorizar nuestra realidad.
Segunda conclusión: habría que montar una ONG (organización no gubernamental) dedicada a diseminar la semilla del ateismo. Con sede central en Jerusalén tendría brazos por todo el mundo, dedicada a descristianizar, desjudaizar, desislamizar y desbudismalizar a todo bicho viviente; elaboraría informes anuales sobre la conculcación de los derechos humanos en nombre de la religión y denunciaría la presencia de apoyos religiosos de los distintos candidatos políticos.
Sería una labor de siglos pero, con toda seguridad, mucho más práctica que las llamadas al respeto incondicional, que más bien parecen una renuncia a uno de nuestros derechos básicos. Planteamientos integristas como los que plantean las masas islamistas no nos hubiera permitido disfrutar de películas como la vida de Bryan (irreverente dónde las haya), o La última tentación de Cristo, incluso La Pasión de Cristo, en la que a fuerza de sangrar Jesús resulta de los más humano. Tampoco tendríamos a ese memorable y divino personaje de la revista El Jueves impartiendo lecciones de humor cada miércoles. En resumen, creo que uno de los éxitos de la civilización occidental ha sido el de recluir lo religioso en el ámbito de lo privado, así como el avance de la crítica como herramienta de expresión social. Y son victorias irrenunciables.
Acto 2º.
Sin embargo, desgraciada y sinceramente, creo que tampoco sería la solución. Es posible que el problema no sea tanto la religión como nuestra capacidad de generar violencia. A falta de religiones por las que matarnos siempre tendríamos ideas políticas, pedacitos de tierra, recursos naturales, equipos de fútbol o, incluso, impulsos de lo más básicos (hambre, sed, sexo).
Desgraciadamente la violencia está asentada en lo más profundo de nuestro código genético y, por tanto, la solución definitiva vendría de una mutación inducida, mezclando nuestro ADN con el de una ameba, o con el de un alga. De hecho, creo que una de las claves de nuestro éxito como especie está precisamente vinculado a nuestro comportamiento violento (muy propio de todos los primates). Seguramente, merced a una inteligencia superior puesta al servicio de la violencia fuimos capaces de desplazar primero y abocar a la extinción, después, a nuestros primos los neandertales.
Así que, finalmente, ni siquiera con una ONG como Ateos Sin Fronteras frenaríamos el estúpido comportamiento humano, que seguramente inventaría nuevos dioses y nuevas creencias para aligerar el miedo a la muerte y al no ser.
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