Casandras y nubarrones
Desde la OCDE mandan un aviso que es, cuando menos, preocupante: el elevado déficit exterior de los Estados Unidos puede desencadenar a una crisis de proporciones internacionales. Sin embargo, tan acostumbrados estamos a vivir peligrosamente que el continuo crecimiento del déficit exterior americano, o su expansivo déficit público (los periodísticos déficit gemelos), no nos resultan demasiado preocupantes. Que sean las empresas las que estén financiando el consumo de las familias (a estas alturas ya sobreendeudadas) y no que éstas financien la inversión de las primeras, o que los países en vías de desarrollo ayuden a pagar la deuda exterior a cambio de seguir vendiendo en ese mercado sus bienes no son, precisamente, elementos que agreguen tranquilidad a la situación. Así que los avisos de la OCDE caerán seguramente en saco roto, tal y como los augurios de Casandra (que avisó a todos de la caída de Troya si metían el caballo en la ciudad).
Y el problema es que a corto plazo no parece que se adivine un cambio de tendencia. La política de la mayor potencia mundial no deja lugar a la duda. Se ha reiterado en su intención de seguir interviniendo en el exterior, soportando unos costes militares que sistemáticamente son mayores a los inicialmente previstos. Por si fuera poco, el dinamismo de las economías emergentes pone en un brete constante a los sistemas productivos de los países desarrollados. Hasta ahora siempre se había pensado que estos países se especializaban en bienes de poca intensidad tecnológica para aprovechar sus ventajas en costes de mano de obra. Pero es que China o India poco a poco se están introduciendo en mercados cada vez más tecnificados y complejos.
Esos son los nubarrones en Estados Unidos, pero es que en Europa y, más concretamente, en España, las cosas no pintan mucho mejor. En los últimos años, el crecimiento de la economía nacional ha estado sustentado en el consumo interno y en la construcción que ha llegado a alcanzar máximos históricos en su actividad. Las consecuencias han sido un aumento importante del endeudamiento familiar y un fuerte repunte de la inflación (ayudado por los carburantes). Ambos fenómenos han provocado un aumento de la inflación diferencial de España con respecto al conjunto de nuestros socios comunitarios y una constante pérdida de competitividad de nuestra economía que se traduce, a su vez, en un creciente desfase entre exportaciones e importaciones. La desaforada demanda interna ha ayudado a mantener unos elevados ritmos de crecimiento apoyados en sectores de baja productividad y elevados requerimientos de mano de obra lo que nos deja más que una baja tasa de paro, un espejismo, ya que si se produjera el temido ajuste brusco en la construcción volvería muy rápidamente por sus fueros. ¿Podría provocar la esperada subida de los tipos de interés de referencia en la zona euro hasta el 3% tal efecto? Tal vez. Dependerá en gran medida de la percepción de los consumidores y de la coincidencia en el tiempo del endurecimiento de las condiciones financieras con malos datos de empleo, en un clima de desaceleración del precio de la vivienda.
Mientras redacto estas líneas estoy escuchando la banda sonora de Cotton Club y me doy cuenta del paralelismo, los felices años 20 llegaron a su final con el crack del 29 y la Gran Depresión. Mal augur, que diría un romano de los tiempos republicanos. Aunque no creo (o espero) que se pudiera repetir una situación similar (gracias básicamente al estado del bienestar montado desde los años 50). Algo hemos aprendido desde entonces. Y algo tendremos que aprender cuando llegue la próxima. Y eso si que me atrevo a predecirlo. Nos enseñará que el principal valor con que cuenta una economía actualmente es su capital humano y que lo que nos gastemos en educación y formación siempre es una inversión segura.
Inflación, competitividad, endeudamiento de las familias, déficit exterior. Problemas relacionados entre si que precisan respuestas coordinadas, firmes y, cada ve más, urgentes. Si somos diligentes podremos mirar a las Casandras riéndonos de los Apocalipsis convertidos en nubarrones. Si no…
Y el problema es que a corto plazo no parece que se adivine un cambio de tendencia. La política de la mayor potencia mundial no deja lugar a la duda. Se ha reiterado en su intención de seguir interviniendo en el exterior, soportando unos costes militares que sistemáticamente son mayores a los inicialmente previstos. Por si fuera poco, el dinamismo de las economías emergentes pone en un brete constante a los sistemas productivos de los países desarrollados. Hasta ahora siempre se había pensado que estos países se especializaban en bienes de poca intensidad tecnológica para aprovechar sus ventajas en costes de mano de obra. Pero es que China o India poco a poco se están introduciendo en mercados cada vez más tecnificados y complejos.
Esos son los nubarrones en Estados Unidos, pero es que en Europa y, más concretamente, en España, las cosas no pintan mucho mejor. En los últimos años, el crecimiento de la economía nacional ha estado sustentado en el consumo interno y en la construcción que ha llegado a alcanzar máximos históricos en su actividad. Las consecuencias han sido un aumento importante del endeudamiento familiar y un fuerte repunte de la inflación (ayudado por los carburantes). Ambos fenómenos han provocado un aumento de la inflación diferencial de España con respecto al conjunto de nuestros socios comunitarios y una constante pérdida de competitividad de nuestra economía que se traduce, a su vez, en un creciente desfase entre exportaciones e importaciones. La desaforada demanda interna ha ayudado a mantener unos elevados ritmos de crecimiento apoyados en sectores de baja productividad y elevados requerimientos de mano de obra lo que nos deja más que una baja tasa de paro, un espejismo, ya que si se produjera el temido ajuste brusco en la construcción volvería muy rápidamente por sus fueros. ¿Podría provocar la esperada subida de los tipos de interés de referencia en la zona euro hasta el 3% tal efecto? Tal vez. Dependerá en gran medida de la percepción de los consumidores y de la coincidencia en el tiempo del endurecimiento de las condiciones financieras con malos datos de empleo, en un clima de desaceleración del precio de la vivienda.
Mientras redacto estas líneas estoy escuchando la banda sonora de Cotton Club y me doy cuenta del paralelismo, los felices años 20 llegaron a su final con el crack del 29 y la Gran Depresión. Mal augur, que diría un romano de los tiempos republicanos. Aunque no creo (o espero) que se pudiera repetir una situación similar (gracias básicamente al estado del bienestar montado desde los años 50). Algo hemos aprendido desde entonces. Y algo tendremos que aprender cuando llegue la próxima. Y eso si que me atrevo a predecirlo. Nos enseñará que el principal valor con que cuenta una economía actualmente es su capital humano y que lo que nos gastemos en educación y formación siempre es una inversión segura.
Inflación, competitividad, endeudamiento de las familias, déficit exterior. Problemas relacionados entre si que precisan respuestas coordinadas, firmes y, cada ve más, urgentes. Si somos diligentes podremos mirar a las Casandras riéndonos de los Apocalipsis convertidos en nubarrones. Si no…
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