Globalización [Econ]
Estas son las conclusiones de un artículo que escribí en 2000 ó 2001, ya no recuerdo, pero que hoy suscribiría en un 99,0%.
Lo que denominamos Globalización es el resultado de la coincidencia en el tiempo de un conjunto de factores que propician que el mercado mundial pueda contemplarse de manera global (como un único mercado) por parte de las empresas. Estos factores, al menos son los siguientes:
A lo largo de las páginas anteriores [se hacía un repaso de los pros y contras, y éstos eran muy preocupantes] hemos dibujado un panorama que puede parecer sombrío, cuando no ampliamente sesgado en contra de la globalización. Sin embargo, no creemos que ésta tenga que resultar negativa, cuando se computen sus debes y sus haberes.
Es más, creemos que en el caso de que los efectos llegaran a ser captados como negativos por los ciudadanos de los países (al menos de los países democráticos) llevaría a sus poblaciones a propiciar cambios en las políticas nacionales que, seguramente, serían tendentes al proteccionismo (la antítesis del librecambismo que sustenta la ideología de muchos filósofos de la globalización)26. Las presiones de las empresas más beneficiadas contra esto serían terribles y los propios compromisos de los Estados, muchos envueltos en procesos de integración económica, bogarían en contra. En este tipo de tesituras es en las que los mensajes populistas y nacionalistas (normalmente mezclados con xenofobia e intolerancia) obtienen su base de electores. Así que los alicientes para que la globalización dulcifique su rostro y busque vías para minimizar sus efectos negativos no son despreciables.
En el lado positivo de la balanza, la idea de un mundo profundamente interrelacionado económicamente puede generar efectos ampliamente positivos sobre las sociedades a través de los intercambios de información asociados a las transacciones económicas. Incluso, podría ser un elemento favorecedor de la democracia en países que presentan un fuerte déficit de la
misma, cuando no una ausencia absoluta. Existen, como hemos visto, enormes lagunas de organización en el mercado global. Y parece que sólo hay dos vías para lograr cegarlas: una es la autorregulación del mercado por parte de los contendientes, cuyos intereses no tienen por qué coincidir con los de los países y sus ciudadanos; o que sea un organismo internacional el encargado de velar por el buen funcionamiento de este mercado ya sea la Organización Mundial del Comercio o uno creado al efecto. El inconveniente de este segundo método es que podría correr el riesgo de dejar en manos de los países más poderosos el control de la institución, con el consiguiente menoscabo de los menos desarrollados otra vez.
Con todo, ésta nos parece la solución mejor, siempre que se tenga en cuenta a la hora de repartir el poder alguna fórmula que permita una verdadera igualdad de derechos de todos los países miembros.
Parece claro que los gobiernos y las sociedades van a remolque de la realidad económica. Los espectaculares avances en las tecnologías y el insondable abismo que se abre con los últimos avances científicos, nos sitúan a las puertas de un nuevo reto de proporciones similares a lo que debió ser el descubrimiento del nuevo mundo para los europeos del s. XV. Un nuevo territorio por explorar y unas potencias (esta vez empresas, no países) lanzadas a una guerra total por conquistar las nuevas tierras.
Lo que denominamos Globalización es el resultado de la coincidencia en el tiempo de un conjunto de factores que propician que el mercado mundial pueda contemplarse de manera global (como un único mercado) por parte de las empresas. Estos factores, al menos son los siguientes:
- Libertad creciente para la circulación de mercancías. Proceso iniciado años atrás con las rondas del GATT y, a nivel regional, con los procesos de integración económica.
- Libertad en la circulación de capitales, lo que posibilita las inversiones reales y financieras sin apenas limitaciones en cualquier lugar del mundo. Este factor, junto con el anterior provoca que las interdependencias entre las economías de los países sean hoy mucho más fuertes que en el mundo heredado de la segunda Guerra Mundial.
- Creciente flujo de personas a lo largo y ancho del planeta. Frente a los ya endémicos movimientos de población causados por guerras y hambrunas, se suma ahora el incesante flujo de trabajadores del tercer mundo que intentan llegar al supuesto paraíso occidental.
- La revolución de las nuevas tecnologías de la información y la irrupción de Internet posibilita el flujo de información en tiempo real, así como la organización de procesos complejos en lugares diversos.
- La existencia de multinacionales que pueden aprovechar de manera inmediata las ventajas emanadas de la globalización, sobre todo la de poder organizar sus procesos productivos y decisionales de manera mucho más eficiente por todo el mundo.
A lo largo de las páginas anteriores [se hacía un repaso de los pros y contras, y éstos eran muy preocupantes] hemos dibujado un panorama que puede parecer sombrío, cuando no ampliamente sesgado en contra de la globalización. Sin embargo, no creemos que ésta tenga que resultar negativa, cuando se computen sus debes y sus haberes.
Es más, creemos que en el caso de que los efectos llegaran a ser captados como negativos por los ciudadanos de los países (al menos de los países democráticos) llevaría a sus poblaciones a propiciar cambios en las políticas nacionales que, seguramente, serían tendentes al proteccionismo (la antítesis del librecambismo que sustenta la ideología de muchos filósofos de la globalización)26. Las presiones de las empresas más beneficiadas contra esto serían terribles y los propios compromisos de los Estados, muchos envueltos en procesos de integración económica, bogarían en contra. En este tipo de tesituras es en las que los mensajes populistas y nacionalistas (normalmente mezclados con xenofobia e intolerancia) obtienen su base de electores. Así que los alicientes para que la globalización dulcifique su rostro y busque vías para minimizar sus efectos negativos no son despreciables.
En el lado positivo de la balanza, la idea de un mundo profundamente interrelacionado económicamente puede generar efectos ampliamente positivos sobre las sociedades a través de los intercambios de información asociados a las transacciones económicas. Incluso, podría ser un elemento favorecedor de la democracia en países que presentan un fuerte déficit de la
misma, cuando no una ausencia absoluta. Existen, como hemos visto, enormes lagunas de organización en el mercado global. Y parece que sólo hay dos vías para lograr cegarlas: una es la autorregulación del mercado por parte de los contendientes, cuyos intereses no tienen por qué coincidir con los de los países y sus ciudadanos; o que sea un organismo internacional el encargado de velar por el buen funcionamiento de este mercado ya sea la Organización Mundial del Comercio o uno creado al efecto. El inconveniente de este segundo método es que podría correr el riesgo de dejar en manos de los países más poderosos el control de la institución, con el consiguiente menoscabo de los menos desarrollados otra vez.
Con todo, ésta nos parece la solución mejor, siempre que se tenga en cuenta a la hora de repartir el poder alguna fórmula que permita una verdadera igualdad de derechos de todos los países miembros.
Parece claro que los gobiernos y las sociedades van a remolque de la realidad económica. Los espectaculares avances en las tecnologías y el insondable abismo que se abre con los últimos avances científicos, nos sitúan a las puertas de un nuevo reto de proporciones similares a lo que debió ser el descubrimiento del nuevo mundo para los europeos del s. XV. Un nuevo territorio por explorar y unas potencias (esta vez empresas, no países) lanzadas a una guerra total por conquistar las nuevas tierras.
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