La imaginación al poder... en las empresas

“La innovación es una función que convierte las ideas en valor”. Y el valor es “soluciones que aportan beneficios”. Estas afirmaciones las emite el infonomista mayor del reino, Alfons Cornella, en el último número de la revista IF. Evidentemente no aportan nada demasiado novedoso, si acaso un destilado fácil de entender por cualquiera de lo que se encierra en los miles de folios escritos en el ámbito de la gestión empresarial con respecto a la innovación, los procesos de innovación y las políticas de fomento de la innovación.
Cornella añade el otro momento de su artículo “[en el futuro] no será una economía de la eficiencia (cuyo motor es la productividad: más output con menos input), sino una economía de la diferencia (construida alrededor de la imaginación)”.
Estaba leyendo esto de regreso de un infructuoso viaje a Madrid, y entonces comencé a pensar en algunas de las consecuencias de los planteamientos que el infonomista catalán aportaba en su reflexión mensual. Imaginación… La imaginación al poder. Pero al poder en las empresas.
Primera cuestión: que se sepa, la imaginación radica en las personas, por lo que las organización con imaginación precisan incorporar trabajadores con imaginación. Esto supone, a su vez, un condicionante de partida para los departamentos de recursos humanos y para las consultoras de selección de personal. Pero, hay una segunda cuestión, si queremos que nuestra empresa sea innovadora, además de incorporar imaginación, hay que permitir que ésta se desarrolle y se filtre por todos y cada uno de los niveles de la misma. Las implicaciones sobre los estilos de dirección y liderazgo son evidentes. Los modelos piramidales, los estilos militaristas de ordeno y mando no son los apropiados para el desarrollo de la imaginación y las actitudes innovadoras.
Esas son las premisas iniciales, pero hay mucho más. Me propuse realizar un listado (de mínimos) de las actitudes y procedimientos que sería necesarios para lograr una organización en la que junto con los flujos de información fluyan los flujos de imaginación:
  1. Hay que perder el miedo al ridículo, lo que puede parecer infantil o dar como resultado un mercado muy estrecho en el ámbito nacional, planteado a nivel global puede resultar altamente rentable.
  2. Hay que considerar todos nuestros conocimientos previos como falibles. Sólo el que se plantea dudas, obtiene soluciones. Las ideas preconcebidas son enormemente refractarias al cambio. Se debe fomentar el espíritu crítico.
  3. Hay que estar predispuestos al cambio. Hay que buscar los cambios antes de que éstos nos dejen sin capacidad de maniobra.
  4. Una buena idea puede estar en cualquier parte. Es posible que visitando ferias de otros sectores, viajando a otros países o contactando con empresas muy dispares a la nuestra surjan ideas innovadoras. Dicho de otra forma, no es un proceso pasivo, la imaginación puede estar esperándonos ahí fuera.
  5. Lo que hoy es imposible, mañana podría no serlo. Hay que “guardar” las ideas no factibles para ser reutilizadas en el futuro. Es más, a veces el negocio surge cuando nos proponemos hacer posible lo imposible.
  6. Los equipos multidisciplinares aportan más puntos de vista y generan un clima mucho más propicio a la innovación y a la imaginación que los grupos homogéneos: hay que incorporar a los equipos directivos, ya sea de forma estable o periódica personas con formaciones diversas.
  7. La tecnología es en este proceso una compañera de viaje. Es mucho más que un mero producto, pero aún no puede sustituir al “toque humano”: hay que tenerlo en cuenta a la hora de llevar a la práctica las ideas.
  8. La imaginación se alimenta: ciencia, literatura, cine, música, pintura, etc. Son los carburantes del proceso de imaginar. Y como tales deberían potenciarse en las enseñanzas básicas.
  9. La ideas son universales y, a pesar de las leyes, fácilmente transferibles (o copiables). Lo que no son tan fáciles de imitar son los procesos o la involucración psicológica del cliente con la empresa.
  10. Innovar, no obstante, es lograr que lo imaginado se substancie en un producto o servicio que genere valor para la empresa, por lo que el papel de la dirección general consistirá cada día más en seleccionar ideas que contribuyan al logro de las estrategia de la empresa. O, en su caso, en ser capaces de modificar la estrategia de la organización en virtud de una buena idea.
Este decálogo involuntario no encierra todas las posibilidades, pero puede ser un buen punto de partida para las empresas que quieran comenzar a navegar por los procelosos mares de la imaginación.

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