Y después del capitalismo... ¿Qué?
Hoy me he levantado optimista y me ha dado por pensar que habrá alguna otra sociedad después del capitalismo, el cual irremediablemente se dirige hacia su final. Se dirán ustedes ¿por qué dice este impresentable que el capitalismo tal y como lo conocemos está abocado al desastre? Creo que la respuesta no se encuentra entre los enunciados explícitos del modelo, sino en los tácitos.
En primer lugar el capitalismo se basa en un modelo de tarta permanentemente en crecimiento. Es decir, todos los países pueden crecer económicamente sin perjudicar el crecimiento de los otros. Esto es así gracias a la especialización productiva y al comercio. Pero ese comercio cuya consecuencia lógica es la globalización obvia que cuando el sistema alcanza proporciones planetarias y todos los países son parte del mercado global, comienzan a producirse juegos de suma cero o, incluso, negativa.
Por otro lado, lo que producimos en el mundo desarrollado, por ejemplo, supone importantes externalidades vía emisiones tóxicas, subproductos inutilizables, etc. que bien terminan en la cadena trófica de la cual nos alimentamos, bien se exportan a países medioambientalmente más permisivos (y, normalmente, más pobres).
En esencia, damos por sentado que gracias al comercio y a la tecnología, la frontera de posibilidades de producción es infinitamente ampliable. Sin embargo, se nos olvida que la naturaleza, que es uno de nuestros insumos principales, no tiene una capacidad infinita de crecimiento ni de reproducción, por lo que tarde o temprano alcanzaremos eso que los ecólogos llaman capacidad de carga del medio (k).
Las salidas que se plantean a un problema de carácter global todavía se discuten a nivel local, por lo que no serán óptimas e, incluso, generarán tensiones entre sociedades con distintas percepciones o dentro de las propias sociedades. Las salidas alternativas, decía, a nuestro capitalismo marabunta son diversas.
De un lado, la opción que podríamos denominar europea, puesto que se está poniendo tímidamente en práctica en los países del viejo continente, y que cabría clasificarse de ecocapitalismo. Mediante normativas legales y principios éticos voluntarios, los países y sus empresas toman medidas que disminuyen los impactos medioambientales.
Sin embargo, este tipo de solución, sólo alcanzan a desplazar en el tiempo el desenlace final: llegar a nuestro k. Otra salida posible sería una especie de ecofascismo –o en el otro extremo ecocomunismo–, en el que las decisiones individuales serían sustituidas por las de una élite gobernante que vigilaría supuestamente por mantener los procesos de producción dentro de los límites de la sostenibilidad. Estos movimientos se alimentarían de las filas de perdedores que el capitalismo está generando a lo largo y ancho del mundo y podría llegar a adoptar diversidad de formas, incluida el terrorismo. De hecho, cabría preguntarse hasta qué punto las bases que alimentan hoy a la red Al Qaeda no están movilizados en primera instancia por un sentimiento de pérdida con respecto al Occidente desarrollado al que perciben como explotador e imperialista. En cualquier caso, dado que estos movimientos necesitarían para su perpetuación del apoyo de una parte importante de la sociedad, o como mínimo, de la parte de la sociedad que puede practicar la violencia de forma legal, terminarían acercándose también al límite, con el fin de satisfacer a sus adeptos así como para evitar las comparaciones internas con las sociedades ecocapitalistas.
En cualquier caso, el colapso está prácticamente garantizado en uno u orto escenario.
Los pocos ejemplos de permaculturas que conocemos tienen un par de elementos en común: el control demográfico (férreo como en el caso de Tikopía) y un nivel de vida estable a lo largo del tiempo. ¿Estaríamos dispuestos a vivir en un futuro así? ¿Habremos degradado tanto nuestro entorno que acabaremos viviendo peor que los tikopianos? ¿Lograremos colonizar antes algún otro planeta que nos sirva de huida hacia delante?
Si no es así, y si no adoptamos soluciones desde un punto de vista legal, el heredero del capitalismo no puede ser otro que el mercantilismo, en el que asumanos y aceptemos que nuestros beneficios son las pérdidas de otros. Que la riqueza mundial es una tarta sin levadura infinita y que si queremos comer más, hay que quitárselo a los demás. Y, eso siendo optimista. Porque siendo pesimista, este escenario llevaría a la destrucción de otros países y a la explotación de sus gentes por los que hoy somos los dueños del mundo.
Feliz domingo.
En primer lugar el capitalismo se basa en un modelo de tarta permanentemente en crecimiento. Es decir, todos los países pueden crecer económicamente sin perjudicar el crecimiento de los otros. Esto es así gracias a la especialización productiva y al comercio. Pero ese comercio cuya consecuencia lógica es la globalización obvia que cuando el sistema alcanza proporciones planetarias y todos los países son parte del mercado global, comienzan a producirse juegos de suma cero o, incluso, negativa.
Por otro lado, lo que producimos en el mundo desarrollado, por ejemplo, supone importantes externalidades vía emisiones tóxicas, subproductos inutilizables, etc. que bien terminan en la cadena trófica de la cual nos alimentamos, bien se exportan a países medioambientalmente más permisivos (y, normalmente, más pobres).
En esencia, damos por sentado que gracias al comercio y a la tecnología, la frontera de posibilidades de producción es infinitamente ampliable. Sin embargo, se nos olvida que la naturaleza, que es uno de nuestros insumos principales, no tiene una capacidad infinita de crecimiento ni de reproducción, por lo que tarde o temprano alcanzaremos eso que los ecólogos llaman capacidad de carga del medio (k).
Las salidas que se plantean a un problema de carácter global todavía se discuten a nivel local, por lo que no serán óptimas e, incluso, generarán tensiones entre sociedades con distintas percepciones o dentro de las propias sociedades. Las salidas alternativas, decía, a nuestro capitalismo marabunta son diversas.
De un lado, la opción que podríamos denominar europea, puesto que se está poniendo tímidamente en práctica en los países del viejo continente, y que cabría clasificarse de ecocapitalismo. Mediante normativas legales y principios éticos voluntarios, los países y sus empresas toman medidas que disminuyen los impactos medioambientales.
Sin embargo, este tipo de solución, sólo alcanzan a desplazar en el tiempo el desenlace final: llegar a nuestro k. Otra salida posible sería una especie de ecofascismo –o en el otro extremo ecocomunismo–, en el que las decisiones individuales serían sustituidas por las de una élite gobernante que vigilaría supuestamente por mantener los procesos de producción dentro de los límites de la sostenibilidad. Estos movimientos se alimentarían de las filas de perdedores que el capitalismo está generando a lo largo y ancho del mundo y podría llegar a adoptar diversidad de formas, incluida el terrorismo. De hecho, cabría preguntarse hasta qué punto las bases que alimentan hoy a la red Al Qaeda no están movilizados en primera instancia por un sentimiento de pérdida con respecto al Occidente desarrollado al que perciben como explotador e imperialista. En cualquier caso, dado que estos movimientos necesitarían para su perpetuación del apoyo de una parte importante de la sociedad, o como mínimo, de la parte de la sociedad que puede practicar la violencia de forma legal, terminarían acercándose también al límite, con el fin de satisfacer a sus adeptos así como para evitar las comparaciones internas con las sociedades ecocapitalistas.
En cualquier caso, el colapso está prácticamente garantizado en uno u orto escenario.
Los pocos ejemplos de permaculturas que conocemos tienen un par de elementos en común: el control demográfico (férreo como en el caso de Tikopía) y un nivel de vida estable a lo largo del tiempo. ¿Estaríamos dispuestos a vivir en un futuro así? ¿Habremos degradado tanto nuestro entorno que acabaremos viviendo peor que los tikopianos? ¿Lograremos colonizar antes algún otro planeta que nos sirva de huida hacia delante?
Si no es así, y si no adoptamos soluciones desde un punto de vista legal, el heredero del capitalismo no puede ser otro que el mercantilismo, en el que asumanos y aceptemos que nuestros beneficios son las pérdidas de otros. Que la riqueza mundial es una tarta sin levadura infinita y que si queremos comer más, hay que quitárselo a los demás. Y, eso siendo optimista. Porque siendo pesimista, este escenario llevaría a la destrucción de otros países y a la explotación de sus gentes por los que hoy somos los dueños del mundo.
Feliz domingo.
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