Dios, el libre albedrío y el Cambio Climático

Hasta hace bien poco los párrocos sacaban en procesión a las vírgenes y los santos pidiendo lluvia. Mucho antes que eso, los indígenas de Norte América danzaban a sus dioses para conjurarla. Antes que eso, seguramente, la propia lluvia fue una diosa, la diosa que fecundaba las cosechas y permitía con su benevolencia que los hombres se alimentaran. Y aún antes, es posible que los humanos se asustaran ante ese fenómeno por el que desde el cielo fluía el agua, en vez de hacerlo por los ríos.
En cualquier caso, incluso si me he colado en las suposiciones prehistóricas, no deja de ser cierto que los fenómenos climatológicos extremos han sido normalmente interpretados por las religiones como manifestaciones de la ira o la bondad de Dios o de los dioses. Sin embargo, ahora estamos bastante seguros de que las sequías y las terribles tormentas que están por llegar han sido cosa nuestra, están siendo cosa nuestra. Nuestro desarrollo industrial ha generado una mejora de las condiciones de vida de la población de los países occidentales sin precedentes, aunque ahora sabemos que el precio que vamos a pagar (todos los países, incluso los que no se han beneficiado de las mejoras) va a ser muy elevado en términos de biodiversidad, desaparición de ecosistemas y hasta en vidas humanas.
La Iglesia, claro, lo tiene bastante sencillo: Dios nos concedió el libre albedrío, lo que significa que somos tan libres que podemos llevar el planeta al borde del colapso sin que Dios vaya a mover un dedo por sus más grandes obras, esas que hizo a su imagen y semejanza. Las conclusiones avanzadas por el 4º Informe del IPCC se asemejan a una profecía milenarista, tanto que cualquiera fácilmente excitable podría confundirlas con el verdadero fin del mundo.
Lo que sucede es que el fin del mundo iba a estar provocado por el propio Dios, no por los hombres. Por lo tanto, la conclusión teológica inmediata es que Dios nos va a dejar libertad hasta hacernos desaparecer: un padre demasiado liberal, ¿no les parece? Pero, por otro lado, ¿qué clase de Dios es ese que permite que sus hijos se suiciden? Si los efectos reales del cambio climático se asemejan a los que nos han anunciado y la población se cree la conexión entre lo uno y lo otro ocurrirán dos cosas:


  1. Por un lado aumentará el número de descreídos, agnósticos y ateos, que verán en la inacción de Dios o en el exceso de libertad de los hombres una prueba sólida de su inexistencia.
  2. Por otro lado, como ya he adelantado, los creyentes lo serán un modo más sólido, hasta el punto de que no sería extraña la proliferación de sectas de tipo milenarista, que se irían reafirmando y reforzando a medida que las predicciones findelmundistas se vayan haciendo realidad. Y es que también desde tiempo inmemorial los hombres hemos tendido a protegernos de la incertidumbre en la religión.


En cualquier caso, para la gente con un mínimo de sentido crítico, será evidente la nueva reducción del ámbito de lo divino, resumido a una serie especialmente larga de concentración de CO2 en la atmósfera, de la que nuestra manía por quemar carbón y petróleo será la principal responsable. Diga lo que diga el Papa sobre el maldito relativismo moral y la pérdida de principios, a casi nadie se le escapa que en el juego de ganadores y perdedores que genera la economía de mercado, la Iglesia ha sabido siempre nadar entre los más necesitados y guardar la ropa con los más pudientes, de forma que ha terminado estando del lado de los vencedores, dando cobijo espiritual al sistema culpable de tales desigualdades.
A medida que la ciencia nos ilumina zonas otrora oscuras, el espacio vital de Dios se va diluyendo. El libre albedrío va ganando espacio y, paradójicamente, va haciendo a Dios mucho más relativo, menos “material”. El punto de vista ético es el que las distintas Iglesias han preferido enfocar el problema (aunque también es cierto que algunas han llegado más lejos). Siendo éste un verdadero conflicto ético, ciertamente, también es otras muchas cosas, incluso, puestos a ser simbólicos y dar ideas, ¿no podría ser nuestro empecinamiento en vencer a la naturaleza nuestro verdadero pecado original de la humanidad?

Comentarios

  1. Anónimo12:13 p. m.

    Quién paga las inhundaciones de estos días??? el estado no???....para mí es claro que esos desastres están relacionados con el cambio climático, pero claro, cómo demostrar que la contaminación de grandes industrias son las responsables de las inhundaciones.
    Quién contamina paga??, y a ver quién paga las perdidas en apicultura que sufren debido a las atenas de telefonía, que provocan que las avejas se pierdan....las compañías telefónicas????

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  2. Básicamente tienes razón, pero hay algunos problemas importantes:
    1. El cambio climático no se debe sólo a la contaminación actual, está motivado por la acumulación de gases de efecto invernadero que pueden estar generándose desde la revolución industrial, y muchos de los que más han afectado hoy ya no existen.
    2. ¿Estamos dispuestos a modificar nuestros hábitos de consumo? Este es el problema de fondo. Escribí en su día una entrada al respecto.

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