¿Acabará el homo catalizador con el homo economicus?
A base de hablar con expertos y leer diversas fuentes creo que estoy por fin dando forma definitiva a una imagen sobre el papel del ser humano en el proceso de cambio climático acelerado en el que nos estamos desenvolviendo.
Como ya he comentado en otras ocasiones, el cambio climático es consustancial a la atmósfera terrestre. La deriva de los continentes, los cambios en la composición de la atmósfera, la forma e intensidad con la que recibimos las ondas solares, etc., son muchas las razones que a lo largo de la historia del planeta contribuyen a explicar la evolución de las temperaturas y los fenómenos metereológicos. La novedad de la situación actual es que hay una especie animal que está contribuyendo de manera importante a cambiar la composición de la atmósfera, aumentando de forma acelerada la concentración de gases de efecto invernadero (GEI). Esa especie, obviamente, es la especie humana, que ha montado un complejo sistema de relaciones basado en el consumo de energía de origen fósil que emana CO2 en su proceso de conversión energética. Paralelamente, la misma especie ha estado contribuyendo a la desforestación acelerada de la mayor parte de los territorios que ha ocupado, a través de la conversión de bosques y selvas en prados o en parcelas de cultivo, con el efecto inducido de perder a uno de los grandes fijadores de carbono de los que se había dotado la naturaleza.
Sin embargo, dado que los procesos de cambio climático se producen a niveles de tiempo geológico, la intervención humana no está variando sustancialmente la dirección del mismo. Pero la está acelerando. De ahí el término de homo catalizador que se ha dado en el título de este artículo. Este planteamiento da pie a que algunos investigadores piensen que las medidas de mitigación son básicamente absurdas, ya que el mecanismo se ha disparado y su propia inercia es tan grande que nada de lo que hagamos nos permitirá volver a la situación climática de partida, postura que en cierta medida comparto pero que rechazo por cuanto las medidas de mitigación que se han venido proponiendo tienen a su favor una mejora de la relación hombre-naturaleza que a largo plazo será sin duda beneficiosa para nuestro futuro como especie.
A partir de aquí se plantean escenarios apocalípticos que, dado el nivel de sobreabundancia que ha alcanzado la especie humana, apenas significará una mella en nuestro avance hacia el mundo demográficamente lleno del que ya se ha hablado en este blog (es decir, no vamos a desaparecer como especie por motivo del cambio climático). Ahora bien, las implicaciones sobre nuestra calidad de vida de estos escenarios, junto con la toma de conciencia de nuestro papel como elementos insertos en el ecosistema planetario (la famosa Gaiga), pueden plantear cambios en una de las esferas actualmente más importantes de nuestra vida: el sistema económico.
Las revoluciones industriales primero, y la revolución digital después, contribuyeron a globalizar el sistema económico, ampliando los mercados y amplificando los efectos de las decisiones económicas de algunas empresas de dimensión multinacional. El mercado ha pasado a ser una especie de sancto sanctorum incontestable, sinónimo de eficiencia absoluta y enemigo de los derroches y de las ideologías alienantes de la individualidad.
Sin embargo, el tiempo que estamos viviendo y el que posiblemente nos quede por vivir pondrá de relieve la necesidad de cambiar el sistema de valores de los seres humanos. La deificación de la propiedad privada será cada vez más controvertida en su enfrentamiento con el bien común (un bien común ahora también globalizado). Evidentemente no desaparecerá, pero su capacidad se verá restringida y supeditada en mayor medida que en la actualidad. Los mercados seguirán funcionando, pero más supervisados que nunca e incorporando muchos de los costes externos que actualmente soportan las sociedades, por lo que cosas como viajar en avión o poseer un todoterreno serán lujos mucho más caros que ahora, al habérseles introducido en la cuenta de resultados los efectos medioambientales nocivos.
Paradójicamente, después de haber alcanzado una economía global, los efectos ambientales globales nos harán volver los ojos a lo local, que volverá a cobrar importancia en unas cestas de la compra más selectivas.
Los mimbres para alumbrar una sociedad más sostenible ya existen y nos han sido dados (nueva paradoja) por la sociedad del consumismo desmedido en la que vivimos aún: medios digitales de comunicación instantánea, sistemas electrónicos de seguimiento de productos y procesos, un a creciente revalorización del tiempo de ocio, una mayor preocupación por la sostenibilidad ambiental...
El homo economicus puro, herido de muerte en la literatura económica contemporánea, se aproxima irremediablemente hacia su fin, gracias sobre todo a su enorme éxito.
Como ya he comentado en otras ocasiones, el cambio climático es consustancial a la atmósfera terrestre. La deriva de los continentes, los cambios en la composición de la atmósfera, la forma e intensidad con la que recibimos las ondas solares, etc., son muchas las razones que a lo largo de la historia del planeta contribuyen a explicar la evolución de las temperaturas y los fenómenos metereológicos. La novedad de la situación actual es que hay una especie animal que está contribuyendo de manera importante a cambiar la composición de la atmósfera, aumentando de forma acelerada la concentración de gases de efecto invernadero (GEI). Esa especie, obviamente, es la especie humana, que ha montado un complejo sistema de relaciones basado en el consumo de energía de origen fósil que emana CO2 en su proceso de conversión energética. Paralelamente, la misma especie ha estado contribuyendo a la desforestación acelerada de la mayor parte de los territorios que ha ocupado, a través de la conversión de bosques y selvas en prados o en parcelas de cultivo, con el efecto inducido de perder a uno de los grandes fijadores de carbono de los que se había dotado la naturaleza.
Sin embargo, dado que los procesos de cambio climático se producen a niveles de tiempo geológico, la intervención humana no está variando sustancialmente la dirección del mismo. Pero la está acelerando. De ahí el término de homo catalizador que se ha dado en el título de este artículo. Este planteamiento da pie a que algunos investigadores piensen que las medidas de mitigación son básicamente absurdas, ya que el mecanismo se ha disparado y su propia inercia es tan grande que nada de lo que hagamos nos permitirá volver a la situación climática de partida, postura que en cierta medida comparto pero que rechazo por cuanto las medidas de mitigación que se han venido proponiendo tienen a su favor una mejora de la relación hombre-naturaleza que a largo plazo será sin duda beneficiosa para nuestro futuro como especie.
A partir de aquí se plantean escenarios apocalípticos que, dado el nivel de sobreabundancia que ha alcanzado la especie humana, apenas significará una mella en nuestro avance hacia el mundo demográficamente lleno del que ya se ha hablado en este blog (es decir, no vamos a desaparecer como especie por motivo del cambio climático). Ahora bien, las implicaciones sobre nuestra calidad de vida de estos escenarios, junto con la toma de conciencia de nuestro papel como elementos insertos en el ecosistema planetario (la famosa Gaiga), pueden plantear cambios en una de las esferas actualmente más importantes de nuestra vida: el sistema económico.
Las revoluciones industriales primero, y la revolución digital después, contribuyeron a globalizar el sistema económico, ampliando los mercados y amplificando los efectos de las decisiones económicas de algunas empresas de dimensión multinacional. El mercado ha pasado a ser una especie de sancto sanctorum incontestable, sinónimo de eficiencia absoluta y enemigo de los derroches y de las ideologías alienantes de la individualidad.
Sin embargo, el tiempo que estamos viviendo y el que posiblemente nos quede por vivir pondrá de relieve la necesidad de cambiar el sistema de valores de los seres humanos. La deificación de la propiedad privada será cada vez más controvertida en su enfrentamiento con el bien común (un bien común ahora también globalizado). Evidentemente no desaparecerá, pero su capacidad se verá restringida y supeditada en mayor medida que en la actualidad. Los mercados seguirán funcionando, pero más supervisados que nunca e incorporando muchos de los costes externos que actualmente soportan las sociedades, por lo que cosas como viajar en avión o poseer un todoterreno serán lujos mucho más caros que ahora, al habérseles introducido en la cuenta de resultados los efectos medioambientales nocivos.
Paradójicamente, después de haber alcanzado una economía global, los efectos ambientales globales nos harán volver los ojos a lo local, que volverá a cobrar importancia en unas cestas de la compra más selectivas.
Los mimbres para alumbrar una sociedad más sostenible ya existen y nos han sido dados (nueva paradoja) por la sociedad del consumismo desmedido en la que vivimos aún: medios digitales de comunicación instantánea, sistemas electrónicos de seguimiento de productos y procesos, un a creciente revalorización del tiempo de ocio, una mayor preocupación por la sostenibilidad ambiental...
El homo economicus puro, herido de muerte en la literatura económica contemporánea, se aproxima irremediablemente hacia su fin, gracias sobre todo a su enorme éxito.
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