El barco chino
Este artículo lo he preparado para los amigos del Grupo Joly, que en unos días se unirá a la familia de la prensa almeriense con la cabecera "Almería Actualidad". Bienvenidos y suerte.
Hace unos meses un amigo me regaló un libro titulado “La tierra es plana”. He de reconocer que el título me pareció petulante y pude imaginarme a un autor tan creído de si mismo como yo. Así que lo fui posponiendo en favor de otros textos que me llamaban más la atención. Pero, finalmente, todo llega. Así que desde hace unos días ando liado con la lectura del librito de marras. Versa sobre la globalización que, según el autor, ha “aplanado” la Tierra haciendo posible que los negocios puedan seleccionar aquellos lugares del mundo en los que se es más eficiente en cada función.
No voy a entrar (de momento) en la discusión de los contenidos. Ahora me interesa China: un mercado enorme, una mano de obra aún más enorme, unos costes de producción irrisorios para los estándares occidentales, una ambición irrefrenable y una apuesta por la libertad económica. A estas alturas pocos dudan de las posibilidades ciertas que presenta este país para convertirse en la gran superpotencia de finales del siglo XXI, por encima de los Estados Unidos. Queda, por supuesto, el problema de la falta de libertad política y de libertad de prensa, sin la que la transparencia no existe (y sin transparencia es difícil eliminar los costes derivados de la corrupción y de la información asimétrica), problema que cada día se hará más evidente en la China emergente.
Su capacidad competitiva, en cualquier caso, es enorme y se hace muy difícil plantearse cualquier negocio de envergadura contra China o sin contar con China. Hasta hace poco pensábamos que las relocalizaciones y las desinversiones eran cosa de la industria, sobre todo de la de productos de baja calidad y escasa incorporación de tecnología. Pero en apenas una década, China ha sido capaz de ponerse a competir en mercados sofisticados y de elevada calidad, como el de los productos de electrónica, o el de los semiconductores. Poco a poco, cada vez son más los sectores afectados por la competencia de los asiáticos y cada vez menos países quedan al margen de las nuevas reglas de juego.
Sólo se salvan los servicios personales. China no podrá sustituir a nuestro peluquero, a nuestras tiendas favoritas (en las que cada vez se venden más productos made in China) o a nuestro panadero, únicas islas a salvo de esa competencia desigual. Pero, ¿y si mañana un crucero chino lleno de peluquerías y tiendas de ropa, atendidas por chinos, y con precios chinos atracara en el puerto de Almería?
“Entre gratis, le damos un paseo de 4 ó 5 horas y mientras usted y los suyos disfrutan de una orgía de consumo al más puro estilo oriental”.
Y uno se embarca, se pela y peina a precios chinos, se relaja en un spá con masajes y tratamientos a precios asiáticos y se da una vuelta por la galería comercial del barco repleta de productos de la más diversa índole.
La conclusión, que la hay, es que ningún sector puede considerarse a salvo de esta vorágine que es el mundo global, y que a cambio de disfrutar de una gama de productos y precios sin parangón en la historia de la humanidad, tendremos que poner a prueba constantemente nuestra capacidad de competir. Eso, o vamos aprendiendo a hablar en mandarín: Nǐ Hǎo.
Hace unos meses un amigo me regaló un libro titulado “La tierra es plana”. He de reconocer que el título me pareció petulante y pude imaginarme a un autor tan creído de si mismo como yo. Así que lo fui posponiendo en favor de otros textos que me llamaban más la atención. Pero, finalmente, todo llega. Así que desde hace unos días ando liado con la lectura del librito de marras. Versa sobre la globalización que, según el autor, ha “aplanado” la Tierra haciendo posible que los negocios puedan seleccionar aquellos lugares del mundo en los que se es más eficiente en cada función.
No voy a entrar (de momento) en la discusión de los contenidos. Ahora me interesa China: un mercado enorme, una mano de obra aún más enorme, unos costes de producción irrisorios para los estándares occidentales, una ambición irrefrenable y una apuesta por la libertad económica. A estas alturas pocos dudan de las posibilidades ciertas que presenta este país para convertirse en la gran superpotencia de finales del siglo XXI, por encima de los Estados Unidos. Queda, por supuesto, el problema de la falta de libertad política y de libertad de prensa, sin la que la transparencia no existe (y sin transparencia es difícil eliminar los costes derivados de la corrupción y de la información asimétrica), problema que cada día se hará más evidente en la China emergente.
Su capacidad competitiva, en cualquier caso, es enorme y se hace muy difícil plantearse cualquier negocio de envergadura contra China o sin contar con China. Hasta hace poco pensábamos que las relocalizaciones y las desinversiones eran cosa de la industria, sobre todo de la de productos de baja calidad y escasa incorporación de tecnología. Pero en apenas una década, China ha sido capaz de ponerse a competir en mercados sofisticados y de elevada calidad, como el de los productos de electrónica, o el de los semiconductores. Poco a poco, cada vez son más los sectores afectados por la competencia de los asiáticos y cada vez menos países quedan al margen de las nuevas reglas de juego.
Sólo se salvan los servicios personales. China no podrá sustituir a nuestro peluquero, a nuestras tiendas favoritas (en las que cada vez se venden más productos made in China) o a nuestro panadero, únicas islas a salvo de esa competencia desigual. Pero, ¿y si mañana un crucero chino lleno de peluquerías y tiendas de ropa, atendidas por chinos, y con precios chinos atracara en el puerto de Almería?
“Entre gratis, le damos un paseo de 4 ó 5 horas y mientras usted y los suyos disfrutan de una orgía de consumo al más puro estilo oriental”.
Y uno se embarca, se pela y peina a precios chinos, se relaja en un spá con masajes y tratamientos a precios asiáticos y se da una vuelta por la galería comercial del barco repleta de productos de la más diversa índole.
La conclusión, que la hay, es que ningún sector puede considerarse a salvo de esta vorágine que es el mundo global, y que a cambio de disfrutar de una gama de productos y precios sin parangón en la historia de la humanidad, tendremos que poner a prueba constantemente nuestra capacidad de competir. Eso, o vamos aprendiendo a hablar en mandarín: Nǐ Hǎo.
Llevaba tiempo sin entrar y he encontrado mjuy mejorarada tu bitácora (que ya es decir). Mamadas aparte, la verdad es que si lo que apuntas se desarrolla hasta sus últimas consecuencias, el sector público tendrá que multiplicarse para sostener la demanda interna. O qué tal un regreso al proteccionismo que ya ha tenido precedentes históricos(el avance hacia la globalización se cortó entre 1900 y 1950, con el coste añadido de dos guerras mundiales y la emegencia de populismos y fascismos de variada índole). Ojo a las repercusiones de este tipo. La globalización es tanto más un reto para la gobernanza como para la competencia en los mercados. Y el partido comunista en China...
ResponderEliminarLa opción proteccionista nunca está descartada. Es un poco lo que ha intentado Francia, pero no ha terminado de funcionar (más bien al contrario).
ResponderEliminarRespecto a los paralelismos históricos creo que hoy hay un agente nuevo que no tiene interés en que se produzca una guerra de índole mundial. Me refiero a las multinacionales, que además son las grandes benefactoras de las campañas políticas. Alguien tendría que morder la mano que le da de comer y eso siempre ha sido muy peligroso para la salud.
¡Anda! Me viene al pelo lo de la salud para acabar diciendo eso de ¡Salud y República!