Il Castrato


Me han pedido un artículo de opinión sobre la situación del sector de la construcción. Ya sé que la imagen que produce el título no sentará bien, pero es la que primero se me ha venido a la cabeza al pensar en la actual situación. Aparte que la salida será un sector con un tono mucho más agudo que el actual.


Hace unos días escuchaba las técnicas que se usaban para castrar a los niños que luego se convertirían en hombres de voces imposibles. Una de ellas consistía en literalmente machacar entre dos piedras las gónadas del chaval.
Algo así es lo que le ha pasado a la construcción. Y resulta igual de doloroso. En los últimos tiempos se ha tendido a demonizar a este sector que se ha hecho tristemente famoso por causas judiciales y por las corrupciones que se han generado a su alrededor. Sin embargo, tiende a olvidarse que ha sido uno de los principales protagonistas de la última fase expansiva de nuestra economía, en la que ha dejado de ser un mero sector procíclico para convertirse en un motor impulsor de desarrollo y de efectos de arrastre. En Almería, sin ir más lejos, ha llegado a suponer el 20% del empleo y hasta el 16% del valor añadido bruto generado por la economía.
En el debe de la construcción está, por tanto, la explicación del fuerte proceso de creación de empleo que se ha vivido a nivel nacional y provincial, así como el auge de actividades de los servicios relacionadas con los mercados inmobiliario y financiero. Gracias al empuje de la construcción de viviendas y de la demanda desbordada, el mercado hipotecario ha vivido una expansión sin precedentes y se han desarrollado productos derivados que posiblemente no hubieran tenido salida de no mediar una situación tan boyante.
Durante años la demanda de vivienda ha estado alimentada por la propia demografía nacional (llegada al mercado de la numerosa generación del baby boom, incremento del número de hogares a causa de los divorcios, etc.), por la entrada masiva de inmigrantes que dieron salida al parque de viviendas de segunda mano, por la relajación sin precedentes de las condiciones de acceso al crédito y el bajo coste del mismo, por la caída bursátil de las “puntocom” que convirtió al inmobiliario en el producto de inversión estrella, y, no menos importante, por el favorable estado de ánimo de los ayuntamientos que veían en las licencias de obra una fuente de financiación principal. A lo largo de los últimos años y a medida que los precios subían, la mayor parte de esos factores quedaron desactivados. Las últimas subidas de tipos, así como las diversas promesas electorales, han provocado que la demanda interna se contenga, en parte por agotamiento y en parte por previsión. Desde el lado de la demanda externa las noticias no son mucho mejores y hemos pasado de un escenario de demanda casi infinita (“toda Europa quiere vivir en España”) a otro de absoluta soledad, en el que las noticias sobre construcciones ilegales y los elevados precios, se convierten en desincentivadores de la demanda hacia España. Particularmente dolorosa es la situación de la otrora potente demanda británica que encuentra nuestros precios demasiado elevados y cuyos tabloides no paran de narrar las desventuras de los compradores británicos en nuestro litoral, aparte de las propias dificultades que han explotado en el mercado inmobiliario de las Islas.
Ya durante el año 2006 comenzó a ser notoria la imposibilidad de seguir ofreciendo tasas de crecimiento como las anteriores y, en el verano de 2007, se produjo la crisis de las hipotecas subprime en Estados Unidos. Inicialmente nadie pensó que fueran a tener gran repercusión, a lo sumo sólo en el mercado financiero. Los bancos centrales hicieron lo que se esperaba de ellos, inyectaron liquidez al sistema y poco a poco los bancos fueron haciendo públicos los efectos en sus cuentas de resultados de este “efecto bourbon”. Pero, sorprendentemente, cundió la desconfianza. Nadie se fiaba de nadie. Nadie prestaba a largo, ya que nadie estaba seguro del grado de exposición a las “hipotecas locas” de los demás. Y, dada la exuberancia de nuestro mercado inmobiliario, todo el mundo comenzó a apostar por el pinchazo, tal y como había sucedido en Estados Unidos y Gran Bretaña. Nuestros bancos más solventes no encontraron salida a sus emisiones de títulos. La máquina de fabricación del dinero se había cortado. La reacción del sistema no se hizo esperar y ante las dificultades de conseguir liquidez, los bancos comenzaron a trasladar a sus clientes las restricciones que ellos mismos encontraban. Los grandes perjudicados de esta situación están siendo las economías familiares (que encuentran crecientes dificultades para acceder a los créditos hipotecarios) y el propio sector inmobiliario, que posiblemente descontó los efectos de una reducción de la demanda, pero que no se esperaba la sorpresa del recorte del crédito.
De pronto, el sector se ha quedado sin demanda y sin financiación, las dos piedras del párrafo inicial. Los expertos señalan una contracción del 40% en los volúmenes de actividad y eso significa que muchas empresas van a ir a la quiebra. Por otro lado, las grandes necesidades de mano de obra que ha requerido el sector, así como la demanda derivada de maquinaria, materiales de construcción o servicios técnicos profesionales se va a ver seriamente dañada, cuya traducción va a ser un repunte a corto plazo de las cifras de desempleo. Repunte que no va a ser fácil de absorber por el resto de sectores, dada la baja productividad relativa de esta actividad.
El panorama, por tanto, no puede ser optimista a corto plazo, aunque a medio, tenemos argumentos más que de sobra para pensar en un sector de la construcción “normalizado” en torno al 11% del empleo y el 9 ó 10% del valor añadido, ya que no es desdeñable una recuperación de la demanda internacional así como el resurgimiento de la demanda que ha quedado fuera del mercado por los elevados precios y que podría activarse si estos retrocedieran un tanto. Asimismo, se espera una política fiscal que priorice la inversión en infraestructuras como palanca de desarrollo.
Pero, para ello, lo primero es recuperar la confianza: de los bancos, de la demanda y de las propias empresas del sector. El Gobierno que salga de las elecciones de marzo tiene la primera palabra y está obligado a actuar deprisa, pues el tiempo juega en nuestra contra.

Comentarios

  1. Anónimo12:35 a. m.

    Muy bien resumido el panorama. Sobre todo me gusta el tono de tranquilidad en el análisis. Si los gobiernos y bancos centrales fuesen igual de tranquilos la situación se resolvería en un añito corto. Esperemos que no les de por aplicar medidas "salvadoras" que lo único que harán es alargar el problema. Perdón por el tono tan Milton Friedmaniano.

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  2. Anónimo11:00 a. m.

    Una explicación sensata y equilibrada, aunque tal vez demasiado complaciente con un boom inmobiliario que ha sido empujado por elevadas dosis de irracionalidad. No hay que olvidar que durante los últimos años se ha construido en España más que en los tres países líderes de la UE, y que esto (habría que comprobarlo) ha sido único en la historia económica continental. Tras un crecimiento sin precedentes, la recuperación del equilibrio no va a ser fácil, ni rápida. Zelig.

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