Ricos, pobres y medioambiente
Como suele ocurrir, la ley de Murphy se cumple a rajatabla, y siempre en el peor momento posible. Hace un par de semanas me encontré con el follón añadido de impartir sendas sesiones en un par de cursos de experto de la Universidad de Almería. Uno, el que llamé de los ricos, de Experto en Asesoría Financiera, en el que me vi en la complicada tesitura de explicar macroeconomía (macromagnitudes, ciclos económicos, indicadores y política monetaria) en apenas un par de horas. Casi muero en el intento...
Otro, el de los pobres, sobre Pobreza y Desarrollo (en este participo por tercera vez) en el que hablé sobre pobreza y medio ambiente. El año pasado ya dejé en esta página las transparencias de la presentación, en las que añadí algunas apreciaciones sobre el esquema conceptual. En esta ocasión, me he decantado un poco más por el enorme dilema moral que al que nos debemos enfrentar. Un dilema que pasa por la necesidad de limitar los efectos ambientales negativos del desarrollo de los países pobres, pero que nos obliga a los más desarrollados a sacrificarnos en pos de posibilitar un espacio ecológico mayor para estos países.
La tragedia, la gran tragedia, es que no creo que de verdad estemos interesados en ello. Pongo un ejemplo de hoy mismo. He asistido a una interesante conferencia sobre el papel del empresario en el siglo XXI. El conferenciante, que ha dibujado un panorama con el que me encuentro identificado intelectualmente, ha propuesto, hacia el final de su charla, una solución al problema que tendremos a corto plazo en España con el aumento del paro. Su imagen del parado extranjero es la de alguien que no tiene nada que hacer, más que presentarse en la oficina del INEM a cobrar cada mes. Y, claro, si tiene tiempo libre, también tendrá tentaciones de pensar en incrementar sus ingresos de formas ilegales. La solución pasaría por enviarlos de vuelta a sus países de forma voluntaria, cobrando el paro y con el compromiso de inscribirlos en una lista preferente por si mejora la demanda de trabajo en España. Pero, claro, para cobrar ese subsidio, los trabajadores tienen que residir en España. Y aquí viene la trampa. ¿Y si asignamos esa subvención al 0,7% de ayuda al tercer mundo? Desde su punto de vista matamos dos pájaros de un tiro, destensamos la estadística de paro y mejoramos nuestra ratio de ayuda al tercer mundo. A mi me parece más bien un poco de contabilidad creativa y el desvío de fondos de un programa de gasto social concreto a otro, que se vería así desnaturalizado. Y si esto es lo que se propone desde las bancas de una de las más prestigiosas escuelas de negocio de España, ¿os imagináis lo que ocurriría con el medio ambiente? ¿Encontraríamos alguna manera de "malversar" el concepto? Seguro que si.
Otro, el de los pobres, sobre Pobreza y Desarrollo (en este participo por tercera vez) en el que hablé sobre pobreza y medio ambiente. El año pasado ya dejé en esta página las transparencias de la presentación, en las que añadí algunas apreciaciones sobre el esquema conceptual. En esta ocasión, me he decantado un poco más por el enorme dilema moral que al que nos debemos enfrentar. Un dilema que pasa por la necesidad de limitar los efectos ambientales negativos del desarrollo de los países pobres, pero que nos obliga a los más desarrollados a sacrificarnos en pos de posibilitar un espacio ecológico mayor para estos países.
La tragedia, la gran tragedia, es que no creo que de verdad estemos interesados en ello. Pongo un ejemplo de hoy mismo. He asistido a una interesante conferencia sobre el papel del empresario en el siglo XXI. El conferenciante, que ha dibujado un panorama con el que me encuentro identificado intelectualmente, ha propuesto, hacia el final de su charla, una solución al problema que tendremos a corto plazo en España con el aumento del paro. Su imagen del parado extranjero es la de alguien que no tiene nada que hacer, más que presentarse en la oficina del INEM a cobrar cada mes. Y, claro, si tiene tiempo libre, también tendrá tentaciones de pensar en incrementar sus ingresos de formas ilegales. La solución pasaría por enviarlos de vuelta a sus países de forma voluntaria, cobrando el paro y con el compromiso de inscribirlos en una lista preferente por si mejora la demanda de trabajo en España. Pero, claro, para cobrar ese subsidio, los trabajadores tienen que residir en España. Y aquí viene la trampa. ¿Y si asignamos esa subvención al 0,7% de ayuda al tercer mundo? Desde su punto de vista matamos dos pájaros de un tiro, destensamos la estadística de paro y mejoramos nuestra ratio de ayuda al tercer mundo. A mi me parece más bien un poco de contabilidad creativa y el desvío de fondos de un programa de gasto social concreto a otro, que se vería así desnaturalizado. Y si esto es lo que se propone desde las bancas de una de las más prestigiosas escuelas de negocio de España, ¿os imagináis lo que ocurriría con el medio ambiente? ¿Encontraríamos alguna manera de "malversar" el concepto? Seguro que si.
Pobreza y medio ambiente 2008 |
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