Nuestros hijos más allá de nuestros ojos
Me han pedido de la Asociación de Padres y Madres del colegio de mis niños que escriba un artículo para la revista del centro. Como se puede comprobar, lo primero que se me ocurrió fue el título, mucho mejor que el artículo. El final se centra en la situación de la AMPA propiamente dicha, pero por lo que sé no somos un caso aislado:
Los vemos ir y venir cada día del colegio en esos intermedios en los que nosotros vamos y venimos del trabajo. Son una extensión de nosotros mismos, pero al mismo tiempo, los percibimos como extraños: seres que según crecen se nos alejan. Sabemos que nos necesitan a su lado, que nuestra presencia es necesaria para el proceso educativo, pero las apreturas del día a día nos llevan a delegar esa tarea en la escuela y sus profesores.
Así, nuestra mala conciencia se adormece un poco y descargamos la responsabilidad de la mala o buena educación sobre otros. Hacemos dejación consciente del proceso educativo en el colegio y obviamos nuestras obligaciones para con nuestros hijos. No queremos darnos cuenta –porque significaría reconocer en parte nuestro fracaso como padres– de que ellos nos miran, nos observan, nos copian y, en suma, aprenden de nosotros: de lo que hacemos y de lo que dejamos de hacer.
También de esta forma podemos descargar las culpas de lo malo sobre el conjunto de la sociedad o sobre el mal sistema educativo.
En el fondo, los padres le hemos dado la espalda a la educación de nuestros hijos, pensamos que bastante tenemos con alimentarlos, vestirlos y dotarlos con el equipamiento tecnológico de moda en cada momento. Este proceso se refleja en muchas de las acciones de las que son protagonistas los niños y los jóvenes en este país. Pero también se refleja en la relación de los padres y madres con los centros educativos.
Las asociaciones de padres se diluyen en la dejadez general y las pocas personas que se involucran terminan tarde o temprano quemados y descorazonados. La de nuestro colegio no es una excepción. Apenas acuden padres o madres a las reuniones. Muchas de las actividades se quedan en meros proyectos porque no hay manos suficientes para llevarlas a cabo. Funcionamos a impulsos de voluntarismo, y solamente logramos una mayor participación en la fiesta de final de curso.
En un colegio como el nuestro se pueden hacer muchas cosas: es un centro pequeño, hay niños de muy diversos orígenes sociales y geográficos, contamos con un profesorado de gran experiencia y los niños, nuestros niños, se encuentran en unas edades en las que el proceso de aprendizaje puede resultar definitivo para su futuro. Pero necesitamos ideas y manos. Ideas y manos de más padres y madres.
Debemos contribuir de manera activa a la educación de nuestros hijos, con nuestra actitud, con nuestro compromiso personal con ellos y con el centro educativo. Hacednos llegar vuestras opiniones, vuestras ideas y, sobre todo, vuestras manos. Porque un buen edificio no sólo necesita un buen arquitecto, también precisa de trabajadores que ayuden a poner en pie lo que hay dibujado en el papel.
Os esperamos.
Los vemos ir y venir cada día del colegio en esos intermedios en los que nosotros vamos y venimos del trabajo. Son una extensión de nosotros mismos, pero al mismo tiempo, los percibimos como extraños: seres que según crecen se nos alejan. Sabemos que nos necesitan a su lado, que nuestra presencia es necesaria para el proceso educativo, pero las apreturas del día a día nos llevan a delegar esa tarea en la escuela y sus profesores.
Así, nuestra mala conciencia se adormece un poco y descargamos la responsabilidad de la mala o buena educación sobre otros. Hacemos dejación consciente del proceso educativo en el colegio y obviamos nuestras obligaciones para con nuestros hijos. No queremos darnos cuenta –porque significaría reconocer en parte nuestro fracaso como padres– de que ellos nos miran, nos observan, nos copian y, en suma, aprenden de nosotros: de lo que hacemos y de lo que dejamos de hacer.
También de esta forma podemos descargar las culpas de lo malo sobre el conjunto de la sociedad o sobre el mal sistema educativo.
En el fondo, los padres le hemos dado la espalda a la educación de nuestros hijos, pensamos que bastante tenemos con alimentarlos, vestirlos y dotarlos con el equipamiento tecnológico de moda en cada momento. Este proceso se refleja en muchas de las acciones de las que son protagonistas los niños y los jóvenes en este país. Pero también se refleja en la relación de los padres y madres con los centros educativos.
Las asociaciones de padres se diluyen en la dejadez general y las pocas personas que se involucran terminan tarde o temprano quemados y descorazonados. La de nuestro colegio no es una excepción. Apenas acuden padres o madres a las reuniones. Muchas de las actividades se quedan en meros proyectos porque no hay manos suficientes para llevarlas a cabo. Funcionamos a impulsos de voluntarismo, y solamente logramos una mayor participación en la fiesta de final de curso.
En un colegio como el nuestro se pueden hacer muchas cosas: es un centro pequeño, hay niños de muy diversos orígenes sociales y geográficos, contamos con un profesorado de gran experiencia y los niños, nuestros niños, se encuentran en unas edades en las que el proceso de aprendizaje puede resultar definitivo para su futuro. Pero necesitamos ideas y manos. Ideas y manos de más padres y madres.
Debemos contribuir de manera activa a la educación de nuestros hijos, con nuestra actitud, con nuestro compromiso personal con ellos y con el centro educativo. Hacednos llegar vuestras opiniones, vuestras ideas y, sobre todo, vuestras manos. Porque un buen edificio no sólo necesita un buen arquitecto, también precisa de trabajadores que ayuden a poner en pie lo que hay dibujado en el papel.
Os esperamos.
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