Cuestión de confianza
Me han pedido un articulillo de 2.000 caracteres y me ha salido esta burrada. Así que tengo que acortarlo, así que aquí está la versión completa. Espero que no resulte demasiado pesado y que se entienda.
Para llegar a entender qué es lo que está pasando en los mercados financieros internacionales, tal vez primero haya que tener claras cuales son las materias primas con las que estos trabajan. La primera es obvia: el dinero. Pero hay otra incluso más importante: la confianza. Y en la actualidad nos encontramos con que la confianza ha desaparecido completamente: nadie se fía de nadie, nadie le presta a nadie. Dejemos de momento la explicación aquí y pasemos a analizar la génesis de la crisis.
Todo comenzó con la coincidencia en el tiempo de varias burbujas en los mercados inmobiliarios. Estados Unidos, Gran Bretaña, España o Irlanda vieron como en poco tiempo sus mercados de vivienda ganaban más y más actividad. Los tipos de interés reducidos gracias a la política monetaria; el efecto de la entrada en vigor del euro en la Zona Euro y particularmente en España; la caída de la Bolsa por el estallido de la anterior burbuja de las punto com, que hizo más atractivo el mercado de la vivienda; la llegada al mercado (al menos en España) de la generación del baby boom, y la emergencia de la inmigración (también en España de forma diferencial) son los pilares sobre los que comenzó a crecer la burbuja. Si el tema se hubiera quedado ahí, el seguro estallido posterior produciría una pérdida de la actividad real en los sectores adyacentes, de empleos en la construcción, así como el aumento de la morosidad, particularmente en las zonas en las que el sector de la construcción residencial se hubiera desarrollado más. No es poco, pero los efectos hubieran sido mucho más localizados y llevaderos.
Sin embargo, la vorágine inmobiliaria se trasladó al sistema bancario a través de los créditos y, sobre todo, de unos tipos de interés muy bajos junto una enorme liquidez en los mercados monetarios. El dinero fluyó a través de los bancos hacia los ladrillos. Unos ladrillos que, a su vez, generaban más y más negocio bancario. Para obtener más liquidez, los bancos comenzaron a titulizar, es decir a revender los créditos concedidos a sus clientes en forma de títulos negociables. En algún momento del proceso, alguien pensó que el beneficio estaba en los mercados de derivados, dejando de ser importante la solvencia de los destinatarios últimos del préstamo objeto de titulización. Se crearon títulos en los que se mezclaban hipotecas de buena calidad con otras directamente ruinosas, las famosas hipotecas subprime. Las agencias calificadoras se convirtieron en juez y parte, ya que por un lado asesoraban a los bancos en el proceso de construcción de los títulos, y por el otro calificaban el riesgo de esos mismos títulos para los compradores. El negocio era redondo, se obtenían recursos a corto plazo que luego se invertían en créditos a largo (las hipotecas) que nuevamente se titulizaban para obtener nuevos recursos.
En cualquier caso, al estallar la burbuja del mercado inmobiliario, el sistema se quedó sin gasolina, y comenzaron los impagos en la base de la cadena. El problema es que no se conocían ni cuántas ni dónde estaban materializadas las subprime en los derivados. Nadie sabía qué partes de su balance estaban contaminadas. Así se quebró la confianza. Y la quiebra de confianza drenó el dinero del sistema, nadie estaba dispuesto a seguir prestando dinero ni, por supuesto, a comprar más títulos. Primero sucumbieron los bancos de inversión (que no aceptan depósitos) y los hipotecarios que habían concedido las subprime. A priori, parecía que el tsunami financiero debía pararse ahí. Sin embargo, la naturaleza del negocio bancario es prestar dinero (préstamos y créditos) a largo plazo financiado a corto (los depósitos), por lo que su fondo de maniobra es siempre negativo. Un negocio suicida si no fuera porque todo el mundo considera que los bancos centrales estarán ahí para facilitar dinero y, en el fondo, siempre habrá actividad económica real que pueda sostener el mecanismo. Pero, ¿qué pasa cuando el dinero que inyectan los bancos centrales va a sanear balances y no a movilizar el sistema? Todo se para, los compromisos de pago a corto se acumulan y los bancos comerciales comienzan a tener problemas de liquidez.
Esto nos lleva de nuevo al momento actual en el que los Gobiernos se ven obligados a actuar en la base del problema (la confianza) pues lo que, en última instancia, está en peligro ahora son los depósitos de los consumidores en los bancos afectados por la crisis. En este sentido, aumentar el límite de garantía de los depositantes en el sistema bancario va destinado a tranquilizar a esos depositantes que son la fuente inicial de recursos financieros de las entidades de depósito. La segunda medida tomada refuerza la confianza al inyectar liquidez para aportar crédito al sector privado: las familias y las empresas. La idea de fondo es lograr que el mecanismo se vuelva a poner en marcha. Sin embargo esto sucederá sí y sólo sí los agentes se creen de verdad la bondad de las medidas.
La ventaja añadida de España es que nuestro sistema bancario no se ha visto afectado por la marea de los activos contaminados gracias, en parte, a la labor del Banco de España que ha sabido poner coto a los comportamientos peligrosos que se han generado en el resto del mundo. Por lo tanto, no es previsible que tengamos que gastar recursos públicos en reflotar entidades en problemas y debería ser mucho más sencillo restablecer en España esa confianza que tanto se necesita.
Para llegar a entender qué es lo que está pasando en los mercados financieros internacionales, tal vez primero haya que tener claras cuales son las materias primas con las que estos trabajan. La primera es obvia: el dinero. Pero hay otra incluso más importante: la confianza. Y en la actualidad nos encontramos con que la confianza ha desaparecido completamente: nadie se fía de nadie, nadie le presta a nadie. Dejemos de momento la explicación aquí y pasemos a analizar la génesis de la crisis.
Todo comenzó con la coincidencia en el tiempo de varias burbujas en los mercados inmobiliarios. Estados Unidos, Gran Bretaña, España o Irlanda vieron como en poco tiempo sus mercados de vivienda ganaban más y más actividad. Los tipos de interés reducidos gracias a la política monetaria; el efecto de la entrada en vigor del euro en la Zona Euro y particularmente en España; la caída de la Bolsa por el estallido de la anterior burbuja de las punto com, que hizo más atractivo el mercado de la vivienda; la llegada al mercado (al menos en España) de la generación del baby boom, y la emergencia de la inmigración (también en España de forma diferencial) son los pilares sobre los que comenzó a crecer la burbuja. Si el tema se hubiera quedado ahí, el seguro estallido posterior produciría una pérdida de la actividad real en los sectores adyacentes, de empleos en la construcción, así como el aumento de la morosidad, particularmente en las zonas en las que el sector de la construcción residencial se hubiera desarrollado más. No es poco, pero los efectos hubieran sido mucho más localizados y llevaderos.
Sin embargo, la vorágine inmobiliaria se trasladó al sistema bancario a través de los créditos y, sobre todo, de unos tipos de interés muy bajos junto una enorme liquidez en los mercados monetarios. El dinero fluyó a través de los bancos hacia los ladrillos. Unos ladrillos que, a su vez, generaban más y más negocio bancario. Para obtener más liquidez, los bancos comenzaron a titulizar, es decir a revender los créditos concedidos a sus clientes en forma de títulos negociables. En algún momento del proceso, alguien pensó que el beneficio estaba en los mercados de derivados, dejando de ser importante la solvencia de los destinatarios últimos del préstamo objeto de titulización. Se crearon títulos en los que se mezclaban hipotecas de buena calidad con otras directamente ruinosas, las famosas hipotecas subprime. Las agencias calificadoras se convirtieron en juez y parte, ya que por un lado asesoraban a los bancos en el proceso de construcción de los títulos, y por el otro calificaban el riesgo de esos mismos títulos para los compradores. El negocio era redondo, se obtenían recursos a corto plazo que luego se invertían en créditos a largo (las hipotecas) que nuevamente se titulizaban para obtener nuevos recursos.
En cualquier caso, al estallar la burbuja del mercado inmobiliario, el sistema se quedó sin gasolina, y comenzaron los impagos en la base de la cadena. El problema es que no se conocían ni cuántas ni dónde estaban materializadas las subprime en los derivados. Nadie sabía qué partes de su balance estaban contaminadas. Así se quebró la confianza. Y la quiebra de confianza drenó el dinero del sistema, nadie estaba dispuesto a seguir prestando dinero ni, por supuesto, a comprar más títulos. Primero sucumbieron los bancos de inversión (que no aceptan depósitos) y los hipotecarios que habían concedido las subprime. A priori, parecía que el tsunami financiero debía pararse ahí. Sin embargo, la naturaleza del negocio bancario es prestar dinero (préstamos y créditos) a largo plazo financiado a corto (los depósitos), por lo que su fondo de maniobra es siempre negativo. Un negocio suicida si no fuera porque todo el mundo considera que los bancos centrales estarán ahí para facilitar dinero y, en el fondo, siempre habrá actividad económica real que pueda sostener el mecanismo. Pero, ¿qué pasa cuando el dinero que inyectan los bancos centrales va a sanear balances y no a movilizar el sistema? Todo se para, los compromisos de pago a corto se acumulan y los bancos comerciales comienzan a tener problemas de liquidez.
Esto nos lleva de nuevo al momento actual en el que los Gobiernos se ven obligados a actuar en la base del problema (la confianza) pues lo que, en última instancia, está en peligro ahora son los depósitos de los consumidores en los bancos afectados por la crisis. En este sentido, aumentar el límite de garantía de los depositantes en el sistema bancario va destinado a tranquilizar a esos depositantes que son la fuente inicial de recursos financieros de las entidades de depósito. La segunda medida tomada refuerza la confianza al inyectar liquidez para aportar crédito al sector privado: las familias y las empresas. La idea de fondo es lograr que el mecanismo se vuelva a poner en marcha. Sin embargo esto sucederá sí y sólo sí los agentes se creen de verdad la bondad de las medidas.
La ventaja añadida de España es que nuestro sistema bancario no se ha visto afectado por la marea de los activos contaminados gracias, en parte, a la labor del Banco de España que ha sabido poner coto a los comportamientos peligrosos que se han generado en el resto del mundo. Por lo tanto, no es previsible que tengamos que gastar recursos públicos en reflotar entidades en problemas y debería ser mucho más sencillo restablecer en España esa confianza que tanto se necesita.
A ver si va a ser verdad que en algo somo los mejores. Cuesta decirlo pero...
ResponderEliminarOjalá tengas razón. Ojalá...