¿Quién soy yo?
¿Quién soy yo? Vaya pregunta para hacerse un viernes por la noche a eso de las 12:30. No tiene fácil respuesta y no sé si tendrá interés para alguien más que para mi. La versión breve es que soy la suma de mis días. La larga: soy un cuarentón calvo que se hace preguntas estúpidas y que pierde el tiempo respondiéndose a pesar del sueño, cuando podría acabar en un momento tecleando su nombre en Google.
Vaya por dios, se me ocurre otra pregunta, ¿soy como el hombre que soñaba cuando era niño? Es evidente que no estoy estudiando leones en el Serengueti, y que no me he sumergido en las aguas del Ártico con Cousteau para grabar a las ballenas jorobadas. Pero en el sueño, aquel niño era feliz, porque hacía algo que le gustaba. Aquel sueño comenzó a truncarse cuando en lugar de Biología en Sevilla se vio abocado a estudiar Empresariales en Almería. Podría haber sido un punto de inflexión en la vida de aquel joven impulsivo que solo quería ser biólogo. Pero no lo fue, porque descubrió un nuevo amor: la economía y una preciosa Morena que hoy duerme a mi vera mientras escribo esto a hurtadillas. ¿Por qué estudiar leones si podía estudiar personas, aunque solo fuera en su vertiente mercantil? Al fin y al cabo, en ocasiones aquello podía ser tan duro como la selva. Así que terminé la diplomara de Empresariales, y luego Económicas, porque me gustaba.
Y me sigue gustando, disfruto con mi trabajo. Cada tema al que me enfrento es siempre un nuevo reto y, casi más importante, una nueva vía para aprender. Si uno va de Bob Esponja por la vida, puede filtrar mucho de lo que pasa a su alrededor, y quedarse con un poso nutritivo de conocimientos. Siempre se aprende.
Soy, entre otras muchas cosas, un economista, digamos que regular, que sabe lo justo de economía, pero que tiene un par de extrañas cualidades. La primera es que es capaz de deducir toda una historia partiendo de muy pocos datos (y a veces incluso acierta), y la segunda es que le entretiene esto de hilvanar frases para contar esas mismas historias que imagina, de forma que la gente las pueda entender.
Soy también una persona, y como tal, capaz de lo mejor y, por supuesto, también de lo peor. A lo largo de mis ya 20 años de vida profesional he ido aprendiendo mucho de las personas, y de mi, simplemente teniendo los ojos abiertos. En mi primer trabajo aprendí que una persona que tiene miedo puede llegar a ser muy peligrosa. De ahí que haya procurado siempre no generarlo a mi alrededor. Tener miedo en exceso te vuelve paranoico, y te puede llevar a construir un muro tras el cual dejas de ver el mundo y lo que pasa a tu alrededor. En mi segunda etapa profesional, el aprendizaje fue mucho más duro. Supe que hoy puedes estar arriba, pero que eso no te garantiza que mañana puedas encontrarte en el infierno de la cola del Inem. Mi vida de autónomo me ilustró sobre los efectos perniciosos del estrés en la salud, lección que lamentablemente no he terminado nunca de asumir. En la Universidad aprendí lo poderosa que es la vanidad. Y lo que te debilita el halago. Cada paso que he ido dando, cada nueva situación me ha ido conduciendo a un estado en el que soy capaz de buscar explicación para cualquier comportamiento por sorprendente que parezca, incluso del mío.
Finalmente, soy aquel niño que soñaba con vivir entre chimpancés y felinos africanos, solo que sustituí el estudio de las fieras por el de las fieras humanas en su vertiente socioeconómica y las llanuras africanas por una familia, a veces tan dura como la sabana. Soy aquel niño feliz que mira hacia atrás y no se arrepiente de casi nada (tal vez alguna trastada leve) y que cuando mira hacia delante se sorprende de todo lo que aún le queda por aprender.
Vaya por dios, se me ocurre otra pregunta, ¿soy como el hombre que soñaba cuando era niño? Es evidente que no estoy estudiando leones en el Serengueti, y que no me he sumergido en las aguas del Ártico con Cousteau para grabar a las ballenas jorobadas. Pero en el sueño, aquel niño era feliz, porque hacía algo que le gustaba. Aquel sueño comenzó a truncarse cuando en lugar de Biología en Sevilla se vio abocado a estudiar Empresariales en Almería. Podría haber sido un punto de inflexión en la vida de aquel joven impulsivo que solo quería ser biólogo. Pero no lo fue, porque descubrió un nuevo amor: la economía y una preciosa Morena que hoy duerme a mi vera mientras escribo esto a hurtadillas. ¿Por qué estudiar leones si podía estudiar personas, aunque solo fuera en su vertiente mercantil? Al fin y al cabo, en ocasiones aquello podía ser tan duro como la selva. Así que terminé la diplomara de Empresariales, y luego Económicas, porque me gustaba.
Y me sigue gustando, disfruto con mi trabajo. Cada tema al que me enfrento es siempre un nuevo reto y, casi más importante, una nueva vía para aprender. Si uno va de Bob Esponja por la vida, puede filtrar mucho de lo que pasa a su alrededor, y quedarse con un poso nutritivo de conocimientos. Siempre se aprende.
Soy, entre otras muchas cosas, un economista, digamos que regular, que sabe lo justo de economía, pero que tiene un par de extrañas cualidades. La primera es que es capaz de deducir toda una historia partiendo de muy pocos datos (y a veces incluso acierta), y la segunda es que le entretiene esto de hilvanar frases para contar esas mismas historias que imagina, de forma que la gente las pueda entender.
Soy también una persona, y como tal, capaz de lo mejor y, por supuesto, también de lo peor. A lo largo de mis ya 20 años de vida profesional he ido aprendiendo mucho de las personas, y de mi, simplemente teniendo los ojos abiertos. En mi primer trabajo aprendí que una persona que tiene miedo puede llegar a ser muy peligrosa. De ahí que haya procurado siempre no generarlo a mi alrededor. Tener miedo en exceso te vuelve paranoico, y te puede llevar a construir un muro tras el cual dejas de ver el mundo y lo que pasa a tu alrededor. En mi segunda etapa profesional, el aprendizaje fue mucho más duro. Supe que hoy puedes estar arriba, pero que eso no te garantiza que mañana puedas encontrarte en el infierno de la cola del Inem. Mi vida de autónomo me ilustró sobre los efectos perniciosos del estrés en la salud, lección que lamentablemente no he terminado nunca de asumir. En la Universidad aprendí lo poderosa que es la vanidad. Y lo que te debilita el halago. Cada paso que he ido dando, cada nueva situación me ha ido conduciendo a un estado en el que soy capaz de buscar explicación para cualquier comportamiento por sorprendente que parezca, incluso del mío.
Finalmente, soy aquel niño que soñaba con vivir entre chimpancés y felinos africanos, solo que sustituí el estudio de las fieras por el de las fieras humanas en su vertiente socioeconómica y las llanuras africanas por una familia, a veces tan dura como la sabana. Soy aquel niño feliz que mira hacia atrás y no se arrepiente de casi nada (tal vez alguna trastada leve) y que cuando mira hacia delante se sorprende de todo lo que aún le queda por aprender.
Comentarios
Publicar un comentario