Del agua antigua al agua virtual
Desde la Junta de Andalucía me piden una contribución para un volumen sobre la importancia del medio ambiente en las diversas provincias. En mi caso, obviamente la provincia es Almería, y me ha tocado escribir del agua. Dado que el texto me lo van a pagar (al menos eso me han dicho), rogaría que no fuera republicado sin previo aviso para pedir permiso a los editores. Es más literario que otra cosa, pero es que cuando lo escribí, ayer tarde, estaba más poético que otra cosa. Como siempre, espero los comentarios de los lectores, y hasta sus correcciones si éstas son precisas.
El agua es vida, del agua proviene la vida. El agua es el elemento clave de la humanidad. Por eso es una de las primeras cosas que buscamos en los planetas cercanos. Por eso, la estrategias de poblamiento humanas se han adaptado a lo largo de la historia a su disponibilidad. Almería no ha sido una excepción. De hecho, a tenor de lo que nos cuentan los historiadores, la ocupación antrópica de la provincia ha estado siempre estrechamente relacionada con las fuentes de agua dulce y con las tecnologías empleadas para su obtención. Y es que este territorio lleva ya algunos miles de años siendo árido.
Foto: turismodealmeria.org |
Si la disponibilidad de agua para la agricultura permitió el desarrollo temprano de civilizaciones como las de Mesopotamia, Egipto o China, la falta de ella (la aridez) se ha caracterizado por una estrategia de ahorro extremo y aprovechamiento máximo de los recursos escasos. De ahí provienen nuestros aljibes, nuestras boqueras para las avenidas de las ramblas, las zimbras, las qnats, etc. Ante la falta de agua, el ingenio humano tiene que esforzarse más para lograr cubrir las necesidades. El sistema de cañadas y las toneladas de piedras movidas para construir terrazas y balates son ejemplos de ello.
Antes de que el mar de plástico comenzara a tragarse el Campo de Dalías (hoy Comarca de Poniente), el terreno presentaba una densidad de población apenas comparable con la de los desiertos. Gerard Brenan, en su libro Al Sur de Granada, lo comparaba con el Desierto del Sinaí. Apenas unas pocas cortijadas polvorientas en las que se afanaban algunas familias con poca fortuna. Sin embargo, la aparente escasez era un espejismo. Tierras porosas y elevadas montañas habían ido acumulando a lo largo de los siglos unos importantes acuíferos bajo aquel aparente desierto. Hubo de ser nuevamente el ingenio humano, aplicado a la tecnología y llegada de la electricidad, lo que puso definitivamente a Almería en el mapa de la modernidad.
Los sondeos posibilitaron aflorar el ansiado líquido, haciendo posible la agricultura de hortalizas fuera de las vegas tradicionales. Pero no bastaba. A las bombas hubo que sumarles el añadido de suelos artificiales para compensar la pobreza de los originales –el enarenado suele llevar en la base una capa de tierra fértil– y poder obtener unas cosechas capaces de generar excedentes.
La paradoja se volvía a producir. Allí dónde más escaso es un recurso, más probable es que sus habitantes obtengan de él un mayor rendimiento. Bajo los cielos de plástico de los invernaderos almerienses, el agua antigua de los acuíferos obraba el milagro de la multiplicación de los tomates y los peces. El agricultor sabe que cada gota cuenta, porque es escasa y cara (bombear el agua y transportarla corre de su cuenta) y porque de ella depende en gran medida que su actividad perviva. Así que la mima, la cuida y la vigila.
Hoy, los invernaderos más modernos reciclan el agua de riego, evitando pérdidas y filtraciones y, la inmensa mayoría, cuenta con sistemas de riego por goteo programados para optimizar al máximo las aportaciones al cultivo. Sumergida en la marea de plásticos que ondulan con el Levante hay una intrincada selva de tomates, pimientos, berenjenas, pepinos, melones y demás, que convierte agua, dinero y trabajo en renta. Todo un entramado económico que ha permitido a la provincia abandonar los últimos puestos nacionales en riqueza y presentar una distribución bastante uniforme de la renta. Y es que en los primeros momentos del modelo, los factores usados intensivamente eran agua, tierra y trabajo, de forma que no era posible mantener explotaciones muy grandes por parte de una sola familia, dando lugar a un tejido social bastante homogéneo de pequeños propietarios de tierras. Un estudio auspiciado por el Instituto de Estudios Socioeconómicos de Cajamar calculaba en torno al año 2000 que más del 30% del PIB de la provincia de Almería estaba relacionado directa o indirectamente con la agricultura y, por ende, con el agua para riego. La explicación de tan abultado nivel de incidencia se encontraba no sólo en la propia dimensión del sector productivo, sino también en la capacidad de esta agricultura para crear a su alrededor toda una variedad de actividades industriales y de servicios que antes y después del proceso meramente agrícola completaban el cuadro del milagro almeriense.
Pero el agua en Almería sigue sin caer del cielo. La expansión de la superficie de cultivo, a pesar de los avances en el ahorro individual, han elevado los consumos hasta niveles superiores a los de las entradas naturales. Estamos sacando de la cuenta de ahorro que heredamos de la abuela más dinero del que ingresamos mensualmente, y la ecuación sólo tiene un final si es que no se corrige el comportamiento: el dinero se agota, el acuífero se agota. Cada agricultor individualmente toma medidas adecuadas a la escala de su explotación, pero el problema de futuro excede de esa escala y requiere soluciones comunales. Afortunadamente, algunas se están tomando: apenas quedan canales sin entubar, se aprovechan las aguas caídas sobre las cubiertas de los invernaderos, se reutilizan aguas depuradas, se planifican desaladoras y hasta hay un trasvase funcionando. Pero, aún así, el tiempo juega en contra de los agricultores almerienses.
Es posible que la hoy Huerta de Europa sea relegada de su posición privilegiada por nuevos productores de la otra orilla del Mediterráneo. Es posible que los acuíferos se agoten y la selva bajo el poliuretano se seque. Es posible que nada de esto llegue a suceder. Pero, aunque sólo sea por prudencia, Almería haría bien en buscar otras fuentes para su desarrollo económico. La provincia tendrá, tarde o temprano, que encontrar otros acuíferos, más virtuales que materiales, para complementar y relevar al motor que hoy se mueve con las aguas antiguas.
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