Un vistazo a la actualidad económica

Como otras veces dejo aquí un adelanto de lo que será el nuevo número de Coyuntura Agroalimentaria. Está escrito del tirón y sin mirar atrás (o sea, que habrá alguna falta o repetición en el texto). Espero que esto os anime a leer el documento completo en cuanto esté (seguramente el lunes que viene).

En los tres meses que median entre la publicación de la anterior entrega y la elaboración de ésta (a caballo entre junio y julio) han ocurrido muchas cosas en la economía mundial, y no precisamente todas buenas. Para empezar, el FMI y la OCDE en sus previsiones respectivas  señalan un enfriamiento del proceso de recuperación en los países occidentales, lo que supone un freno a la demanda internacional. Estas previsiones, por otra parte, se confirman en recomendaciones como la de Ben Bernanke que propone un tercer plan de reactivación de la economía estadounidense. El gigante americano pierde fuelle y sus datos de empleo no evolucionan de la manera deseada, por lo que se hace necesario, desde el punto de vista del director de la política monetaria del país, una nueva oleada de estímulos. Sin embargo, este deseo choca con la cruda realidad del déficit del Gobierno Federal y el virtual agotamiento de la capacidad legal de endeudamiento de éste. Durante estos días, republicanos y demócratas buscarán un seguro acuerdo de ampliación de este límite para evitar suspensión de pagos, que sería una estocada mortal en la confianza de la economía mundial.
Por su parte, al otro lado del mundo, la economía china se enfrenta a sus propios fantasmas, esto en forma de riesgo de sobrecalentamiento e inflación (6,4% interanual en junio). Las autoridades monetarias asiáticas han dejado atrás el más silencioso mecanismo de aumentar el coeficiente de encaje para comenzar a tocar los tipos de interés de referencia, buscando un respiro para los precios, que paulatinamente van creciendo décima tras décima. Su vecino, Japón, se enfrenta al doble problema de una economía deflacionaria y una necesidad imperiosa de reconstruir las infraestructuras destrozadas por el terremoto y el tsunami. La política monetaria ya no funciona, pues ha agotado todo el margen posible (los tipos de referencia oscilan entre el 0 y el 0,1%) y el PIB no termina de reaccionar, aunque posiblemente termine batiendo las previsiones que se hicieron tras la catástrofe.
En Europa, las piezas del dominó financiero han comenzado a caer. Los bonos de Grecia, Portugal e Irlanda han sido rebajados por las calificadoras hasta el nivel del bono basura y las tensiones se extienden al resto de la Eurozona, especialmente a España, Italia y Bélgica, y con Francia en el punto de mira del mercado. La inacción y la actitud timorata de los estados líderes de la Unión y del BCE están dando pie a que la inversión a largo plazo sea sustituida por la especulación y que los problemas de liquidez de los países miembros de la zona terminen convirtiéndose en problemas de solvencia y a que el euro se ponga en entredicho. Alemania, escudada en su tasa de crecimiento diferencial está contribuyendo a aumentar la desconfianza sobre el futuro de la moneda única, menospreciando los efectos devastadores que tendría un default de alguna de la economías grandes (como España o Italia) de la Unión sobre su sistema bancario, que ha canalizado una gran parte del ahorro nacional hacia la compra de bonos de los socios europeos.
En España, el primer trimestre confirmó la continuidad de la recuperación, aunque las primeras previsiones que se están publicando sobre el segundo trimestre señalan en la dirección de una cierta pérdida de pulso en la misma, en la línea de lo que está sucediendo a nivel mundial. Los datos de empleo y las primeras previsiones publicadas sobre el primer trimestre señalan una cierta pérdida de dinamismo en el segundo cuarto del ejercicio (tal vez una décima) y una mejora de la misma en el trimestre de verano. No obstante, la situación de incertidumbre a la que está sometida la deuda española y el encarecimiento de nuestra financiación implica que las previsiones sobre el cierre de 2011 se hayan enfriado ligeramente. Sin embargo, en lo agrícola, el final de la campaña hortícola en cultivos de invernadero del Mediterráneo y el comienzo de la temporada de fruta de hueso se ha visto afectada por el escándalo de la bacteria E. Coli en Alemania. Esta crisis ha puesto de manifiesto, por un lado, que la seguridad alimentaria es algo con lo que ni se puede jugar ni se debe menospreciar, y, por otro lado, que los cultivos españoles se han convertido en una especie de sospechosos habituales a los que resulta demasiado fácil y barato acusar. En parte ello es debido a que hemos generado una cierta mala fama con crisis alimentarias pasadas, y en parte también a la debilidad con la que suelen reaccionar nuestras autoridades. Los daños de la nefasta gestión de la crisis por parte alemana no sólo se han producido en España, sino también en el resto de zonas productoras y ha tenido la desagradable consecuencia de que algunos países, como Rusia, cierren sus fronteras a las frutas y hortalizas procedentes de la Unión Europea.
 Ante el aumento de las razones para la desconfianza a nivel mundial, los precios de los alimentos básicos, se han mantenido en niveles similares a los de principios de año, sin apenas relajarse los máximos de finales de 2010. En este sentido, las favorables cosechas mundiales y el desconcierto en los mercados financieros han podido contribuir a la estabilización de los precios, por la vía de una mayor oferta y hasta de la marcha de la inversión especulativa hacia destinos más provechosos a corto plazo, como los mercados de divisas y de deuda pública.
El panorama que se ofrece en esta mitad final de año parece algo más tranquilo, con unos precios de los alimentos en los mercados internacionales altos y muy correlacionados con la energía al menos desde 2003, una demanda creciente, aunque de forma menos intensa en los mercados destino de las producciones españolas (lo que incluye, obviamente, el propio mercado nacional) y unas cosechas de cereales que parecen crecer en todo el mundo. El mejor escenario sería, sin duda, aquel en el que las incertidumbres económicas se fueran desvaneciendo y en el que el problema griego fuera enfrentado de manera conjunta y enérgica por parte de los países de la Eurozona. Pero ese escenario seguramente no lo podremos ver en 2011.

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