Sólo un muerto más, de Ramiro Pinilla
¿Qué pasa cuando un novelista frustrado decide convertirse en su propio personaje e investigar un asesinato cometido en la playa de su pueblo diez años atrás? Lo que sucede es que sus pensamientos se convierten en una novela que se escribe (y se lee) en el más riguroso tiempo presente, aunque está ambientada en la postguerra civil, en un Getxo en el que aún hay muchas heridas abiertas. Dos hermanos gemelos aparecieron encadenados a una roca durante la pleamar. Alguien los había dejado allí, esperando que sufrieran mientras las olas terminaban su trabajo. Triunfó a medias, porque uno logró sobrevivir. Sin embargo, faltaban pocos meses para que la Guerra Civil estallara y convirtiera a ese gemelo muerto en apenas un muerto más. Ahora, el librero Simón, transmutado en Samuel Esparta, se ha decidido a resolver ese crimen anónimo al estilo de las novelas de detectives estadounidenses.
La idea de partida es muy original: que el propio escritor se convierta en su personaje y que narre en riguroso presente, arrastrando al lector a participar en el juego con numerosos guiños a los modos y formas de la novela negra. Por otro lado, el propio caso es suficientemente sencillo y, a la vez, enigmático: alguien ha matado a uno de los gemelos, pero falló con el otro. Simón-Samuel va haciendo preguntas a los testigos y a los posibles sospechosos, como un Sócrates que profundice en aquellos conocimientos que seguro posees, pero que desconoces que tienes. Por el camino, va introduciendo otros personajes, como el falangista poeta y de golpe fácil, que funciona como alter ego cómico y a ratos trágico del propio detective.
El relato le mueve con ligereza, apuntando a cada paso teorías y posibles motivaciones y criminales sobre el asunto. Sin embargo, a la altura de la página 80 es relativamente sencillo adivinar al asesino y su motivación, aunque la propia inercia del texto y la curiosidad te impulsan a seguir leyendo. La escena final del desenlace cuenta con el dramatismo adecuado en el que incluso hay una pistola desenfundada. Y, ya se sabe lo que dicen: cuando en un relato hay una pistola desenfundada, ésta tiene que ser disparada...
La idea de partida es muy original: que el propio escritor se convierta en su personaje y que narre en riguroso presente, arrastrando al lector a participar en el juego con numerosos guiños a los modos y formas de la novela negra. Por otro lado, el propio caso es suficientemente sencillo y, a la vez, enigmático: alguien ha matado a uno de los gemelos, pero falló con el otro. Simón-Samuel va haciendo preguntas a los testigos y a los posibles sospechosos, como un Sócrates que profundice en aquellos conocimientos que seguro posees, pero que desconoces que tienes. Por el camino, va introduciendo otros personajes, como el falangista poeta y de golpe fácil, que funciona como alter ego cómico y a ratos trágico del propio detective.
El relato le mueve con ligereza, apuntando a cada paso teorías y posibles motivaciones y criminales sobre el asunto. Sin embargo, a la altura de la página 80 es relativamente sencillo adivinar al asesino y su motivación, aunque la propia inercia del texto y la curiosidad te impulsan a seguir leyendo. La escena final del desenlace cuenta con el dramatismo adecuado en el que incluso hay una pistola desenfundada. Y, ya se sabe lo que dicen: cuando en un relato hay una pistola desenfundada, ésta tiene que ser disparada...
Comentarios
Publicar un comentario