La olla a presión
El tercer trimestre del año ha acumulado nuevas incertidumbres sobre la economía mundial. La crisis de la deuda soberana europea está haciendo tambalear nuevamente todo el entramado bancario del viejo continente y amenaza con extenderse hacia el otro lado del Atlántico. El sistema financiero internacional es ahora como un edificio de naipes en el que los propios naipes están fabricados en un cristal muy fino y delicado. La rotura de uno sólo de ellos puede hacer caer todo el edificio nuevamente. Y varios son los que ya muestran grietas evidentes, como es el caso de Grecia o el de Dexia. La espesa red de relaciones que el mundo financiero global ha ido tejiendo a lo largo de los últimos años y que se observaba como una de sus principales ventajas, está revelando ahora su “reverso tenebroso”. La sopa de crédito barato en el que el mundo se ha estado bañando en la primera década del siglo relajó controles y conciencias y provocó también una contaminación global.
La pelota ha pasado del tejado de EEUU al de Europa y, más concretamente, al de la Eurozona. Uno de los problemas de base es que el proceso de toma de decisiones en la Unión es lento y pesado, requiere de múltiples y muy diversas aprobaciones y el no de uno sólo de sus miembros retrasa la toma de la decisión o directamente la imposibilita. Nos encontramos, pues con un problema de carácter institucional, que agrava hasta lo indecible el problema económico. Por otro lado, la distancia entre las políticas económicas a ambos lados del Atlántico son cada vez más evidentes, aunque ni unas ni otras parecen lograr el objetivo de estabilizar la situación. De hecho, en ambos lados se comienzan a vislumbrar movimientos sociales de “indignados” tanto con la situación económica como social. También es común el enfrentamiento político interno, que paraliza a los gobiernos y contribuye a polarizar a la sociedad. En medio de este enmarañado problema financiero, la economía real sufre los efectos de la desconfianza general y de la falta de perspectivas. Cuando parecía olvidado el debate inicial de una salida de la crisis en W, descubrimos que muchos de los analistas e instituciones internacionales prevén una vuelta a la recesión (de momento corta) para el último trimestre del ejercicio. Por si fuera poco, el alivio que suponían los emergentes comienza a tambalearse. Los prestamistas últimos de mucha de la deuda dudosa que hay en el mundo están precisamente en estos países y la caída de la demanda global necesariamente va a impactar en sus ingresos. Por otro lado, la escalada de las materias primas parece que pierde fuelle por lo que otra de las fuentes de ingresos de estos mercados parecen adelantar también una reducción efectiva de la demanda.
La convergencia de las fuerzas de convección de carácter económico-financiero, político y social parecen estar presionando en direcciones opuestas o, al menos, contradictorias. El futuro se nos antoja desdibujado y repleto de incertidumbres. Da la impresión de que nos encontramos en un momento de transición, en un punto de ruptura histórico. Se están poniendo a prueba a los gobiernos, a los ciudadanos, a las empresas. El mundo va a tener que cambiar pues la presión ambiental es cada vez mayor. Y, en momentos como éste, es cuando la propabilidad de que suceda lo imposible comienza a ser mayor que cero.
La pelota ha pasado del tejado de EEUU al de Europa y, más concretamente, al de la Eurozona. Uno de los problemas de base es que el proceso de toma de decisiones en la Unión es lento y pesado, requiere de múltiples y muy diversas aprobaciones y el no de uno sólo de sus miembros retrasa la toma de la decisión o directamente la imposibilita. Nos encontramos, pues con un problema de carácter institucional, que agrava hasta lo indecible el problema económico. Por otro lado, la distancia entre las políticas económicas a ambos lados del Atlántico son cada vez más evidentes, aunque ni unas ni otras parecen lograr el objetivo de estabilizar la situación. De hecho, en ambos lados se comienzan a vislumbrar movimientos sociales de “indignados” tanto con la situación económica como social. También es común el enfrentamiento político interno, que paraliza a los gobiernos y contribuye a polarizar a la sociedad. En medio de este enmarañado problema financiero, la economía real sufre los efectos de la desconfianza general y de la falta de perspectivas. Cuando parecía olvidado el debate inicial de una salida de la crisis en W, descubrimos que muchos de los analistas e instituciones internacionales prevén una vuelta a la recesión (de momento corta) para el último trimestre del ejercicio. Por si fuera poco, el alivio que suponían los emergentes comienza a tambalearse. Los prestamistas últimos de mucha de la deuda dudosa que hay en el mundo están precisamente en estos países y la caída de la demanda global necesariamente va a impactar en sus ingresos. Por otro lado, la escalada de las materias primas parece que pierde fuelle por lo que otra de las fuentes de ingresos de estos mercados parecen adelantar también una reducción efectiva de la demanda.
La convergencia de las fuerzas de convección de carácter económico-financiero, político y social parecen estar presionando en direcciones opuestas o, al menos, contradictorias. El futuro se nos antoja desdibujado y repleto de incertidumbres. Da la impresión de que nos encontramos en un momento de transición, en un punto de ruptura histórico. Se están poniendo a prueba a los gobiernos, a los ciudadanos, a las empresas. El mundo va a tener que cambiar pues la presión ambiental es cada vez mayor. Y, en momentos como éste, es cuando la propabilidad de que suceda lo imposible comienza a ser mayor que cero.
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