El poder transformador de la economía colaborativa (y 2)


Las externalidades
Aparte del evidente ahorro en costes de transacción y de la movilización de muchos más factores productivos, este modelo económico permite aprovechar de forma más eficiente los recursos. Un coche que hace un trayecto con 4 viajeros es más eficiente que uno en el que va una sola persona, pero no solo desde el punto de vista económico, sino también desde el ecológico: la cantidad de energía consumida per cápita es casi un 25 % en el primer caso que en el segundo. Lo mismo sucede cuando optamos por alquilar una habitación “sobrante”, la vertiente de inversión que tiene la compra de toda vivienda obtiene de esta manera una mayor remuneración. Incluso, una plataforma simple de compra-venta de segunda mano está seguramente potenciando la reutilización de objetos, su mayor duración en uso y una menor necesidad de extraer minerales, maderas o recursos energéticos. Desde el punto de vista de los participantes en las plataformas, ofrece una satisfacción de su necesidad a un coste menor para el demandante y para el oferente la oportunidad de encontrar una remuneración por un recurso que en condiciones normales no hubiera tenido oportunidad de obtener o hubiera tenido unos costes asociados que habrían reducido su beneficio.
Evidentemente, como todo en esta vida, la economía colaborativa tiene claroscuros. Desde siempre, la rupturista incorporación de tecnología ha dejado ganadores y perdedores. El telar movido por máquinas de vapor, dejó sin trabajo a mucha gente, pero permitió el abaratamiento de la ropa para todas las clases sociales. En este caso, los perdedores son muy variados, usualmente todos aquellos que habían hecho de su capacidad de intermediación su razón de ser, como era el caso de las agencias de viajes. O también de los que se encontraban en mercados regulados y (en cierta manera) protegidos, como es el caso de los taxis ante la irrupción de Uber. No obstante, en ocasiones la regulación estaba pensada como herramienta de control de la calidad del servicio o como elemento de protección a los usuarios, como por ejemplo el mercado bancario. ¿Hasta qué punto que un particular se dedique a alquilar su coche o su segunda residencia a turistas no es una competencia desleal a los sectores del taxi y de la hostelería?
Derivado en parte de la dificultad de poner barreras y controlar todo lo que sucede a través de la red, otra de las perdedoras puede ser la Hacienda Pública, ya que es más complicado controlar un mercado con un número ajustado de oferentes que otro en el que literalmente cualquiera puede ser un oferente. En este, las oportunidades de ocultar operaciones comerciales al fisco se multiplican de forma exponencial y se dificulta mucho más el control por el aumento del número de sujetos pasivos a analizar.  Incluso, en algunos casos, puede no quedar muy claro si la transacción debe devengar impuestos o no. Parece pues que el ámbito de la economía colaborativa supone un reto para la fiscalidad e, incluso, para una fiel evaluación del PIB de una determinada área geográfica. Piense el lector en esto: si cogemos un taxi para ir a la oficina, estaremos pagando impuestos y generando PIB (hay una empresa registrada oficialmente que paga sus impuestos y que contrata personal y cotiza por él, incluso en el caso de que el taxista sea autónomo); pero si entramos en blablacar.com y encontramos alguien que lleve nuestra misma dirección, podemos concertar con él el viaje, a cambio normalmente de pagar parte de los gastos del coche. Esa operación no tiene en principio carácter comercial, por lo que no supone un pago de IVA, ni requiere que nadie esté dado de alta en la Seguridad Social, ni forma parte del modelo de calculo del PIB. En la medida que cada vez más transacciones se pasen al circuito colaborativo más se ampliarán estos efectos.

El problema de la rentabilidad
En cualquier caso, aparte de las plataformas cuya misión es cambiar el mundo (según un estudio de la OCU y la Universidad Complutense, solo un 10 %), la supervivencia de esta economía depende de la financiación de sus infraestructuras (las plataformas). Aunque el acceso es relativamente barato, el tráfico de datos está tasado y un mayor uso de una plataforma significa la necesidad de pagar por un mayor ancho de banda, por más disco duro y por más servidores. Por tanto, al final, incluso en este mundo en ocasiones tan ideologizado hay que hablar de rentabilidad. Encontrar la forma de convertir el tráfico de usuarios en dinero no es tarea fácil. Aparte de la publicidad, solo la posibilidad de crear servicios premium, puede permitir la generación de ingresos (herramientas de gestión de los inmuebles en las plataformas de alquiler de espacios o servicios de asesoría en las plataformas de crowdfunding). 

makershopbcn.com

El futuro: la producción distribuida con las impresoras 3D
A pesar de las reticencias y de las protestas de los agentes ya establecidos, parece claro que este tipo de economía ha llegado para quedarse. De la misma forma que Internet se incorporó a nuestra vida en la década de los 90 del pasado siglo. Obviamente, evolucionará de la misma forma que evoluciona la propia red o la sociedad.

En este sentido, la combinación de estas plataformas con impresoras de 3D sencillas y de coste accesible podrían alumbrar una nueva revolución: la de fabricación de manufacturas distribuida…

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