El principio del fin de la globalización
Nada está escrito. Aunque algunos renglones son como esos versos de rima sencilla cuya última palabra se adivina de manera casi natural. Hablamos de la globalización como de un fenómeno sin vuelta atrás, con una inercia tan poderosa que es prácticamente imposible detener. Pero, en realidad, no deja de ser un fenómeno básicamente social y económico. Tiene inercia, claro que sí, pero no es como la del calentamiento global, sobre el que apenas podemos ya nada más que protegernos de sus consecuencias y mitigarlas. La globalización es una elección consciente de los agentes económicos, impulsada por círculos políticos y académicos que creen en la superioridad de las economías conectadas y abiertas al comercio y a los capitales internacionales.
El problema es que, aunque es cierto que se producen mejoras de eficiencia, y grandes beneficios para las sociedades inmersas en el proceso, también lo es que dicho proceso nunca es neutral para las economías, y mucho menos para las personas. Se producen vencedores y perdedores. Los primeros, obviamente, no tendrán problemas con el proceso, pero los perdedores seguramente hubieran preferido que no existiera ninguna apertura comercial.
Posiblemente, en una escala menor, la globalización generaría perdedores de forma mucho más equilibrada. Pero dado el volumen actual del fenómeno nos encontramos con una concentración de perdedores en las clases medias de los otrora poderosos y ricos países occidentales. Aquellos en los que el populismo avanza a pasos agigantados. El populismo en Europa y Estados Unidos se alimenta del miedo a la competencia de los inmigrantes (único mercado que sobre el que se siguen poniendo barreras). Se alimenta del malestar de sus clases medias venidas a menos. En muchos casos es posible que las desigualdades extremas tengan más que ver que la propia globalización, pero la naturaleza de este fenómeno favorece que quienes poseen más capital puedan aprovechar de manera más directa las ventajas derivadas del mismo.
El resultado es que en los países ricos una creciente proporción de ciudadanos se sienten amenazados. Algunos por el terrorismo, otros por la avalancha migratoria, otros por la crisis económica, otros por la debilidad del sistema financiero o por unos gobiernos que parecen defender unos intereses que no son los suyos.
De ahí que Reino Unido haya optado por dinamitar la UE, de ahí que los austriacos casi hayan votado a un Presidente de ultra derecha. O de ahí que Turquía haya decidido dejar de mirar a la UE o que en Estados Unidos tengan a un personaje de serie cáustica de dibujos animados como candidato a la Casa Blanca... Muchos de estos sucesos elegidos de uno en uno tienen interpretaciones locales pero, tal vez, si los miramos en conjunto no sean más que las costuras por las que está comenzando a romperse la globalización.
El problema es que, aunque es cierto que se producen mejoras de eficiencia, y grandes beneficios para las sociedades inmersas en el proceso, también lo es que dicho proceso nunca es neutral para las economías, y mucho menos para las personas. Se producen vencedores y perdedores. Los primeros, obviamente, no tendrán problemas con el proceso, pero los perdedores seguramente hubieran preferido que no existiera ninguna apertura comercial.
Posiblemente, en una escala menor, la globalización generaría perdedores de forma mucho más equilibrada. Pero dado el volumen actual del fenómeno nos encontramos con una concentración de perdedores en las clases medias de los otrora poderosos y ricos países occidentales. Aquellos en los que el populismo avanza a pasos agigantados. El populismo en Europa y Estados Unidos se alimenta del miedo a la competencia de los inmigrantes (único mercado que sobre el que se siguen poniendo barreras). Se alimenta del malestar de sus clases medias venidas a menos. En muchos casos es posible que las desigualdades extremas tengan más que ver que la propia globalización, pero la naturaleza de este fenómeno favorece que quienes poseen más capital puedan aprovechar de manera más directa las ventajas derivadas del mismo.
El resultado es que en los países ricos una creciente proporción de ciudadanos se sienten amenazados. Algunos por el terrorismo, otros por la avalancha migratoria, otros por la crisis económica, otros por la debilidad del sistema financiero o por unos gobiernos que parecen defender unos intereses que no son los suyos.
De ahí que Reino Unido haya optado por dinamitar la UE, de ahí que los austriacos casi hayan votado a un Presidente de ultra derecha. O de ahí que Turquía haya decidido dejar de mirar a la UE o que en Estados Unidos tengan a un personaje de serie cáustica de dibujos animados como candidato a la Casa Blanca... Muchos de estos sucesos elegidos de uno en uno tienen interpretaciones locales pero, tal vez, si los miramos en conjunto no sean más que las costuras por las que está comenzando a romperse la globalización.
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