De la madurez a una segunda juventud
(Versión completa del artículo aparecido en el Anuario 2018 de La Voz de Almería)
Hace unos pocos años, justo cuando la gran burbuja inmobiliaria española estaba en pleno apogeo, el reflejo que devolvía el sector hortofrutícola almeriense era el de un sector en fase de madurez. La superficie se había consolidado, los rendimientos físicos también y la pérdida de ingresos reales unitarios (eliminado el efecto de la inflación) solo se podía compensar con una mayor superficie media por explotación.
Hace unos pocos años, justo cuando la gran burbuja inmobiliaria española estaba en pleno apogeo, el reflejo que devolvía el sector hortofrutícola almeriense era el de un sector en fase de madurez. La superficie se había consolidado, los rendimientos físicos también y la pérdida de ingresos reales unitarios (eliminado el efecto de la inflación) solo se podía compensar con una mayor superficie media por explotación.
La maldición de los precios agrarios vs. la revalorización de los suelos
La preocupación principal era una vieja conocida de la economía agraria: la tendencia de los precios a reducirse a largo plazo. No nos parecía posible dar la vuelta a esa maldición; además, la gran dimensión alcanzada por las cadenas de distribución minorista dejaba poco espacio a la esperanza. De todas formas, aquellos problemas quedaban ocultos bajo la enorme revalorización de los suelos, en un tiempo en el que casi cualquier parcela soñaba con ser recalificada.
El final de aquella edad dorada del ladrillo desató sobre la economía de la provincia una crisis de una intensidad absolutamente desconocida para la mayoría de la población. Nuestra tasa de paro pasó de estar en torno a la media nacional, a ser la mayor de España durante dos trimestres consecutivos, y muchos de nuestros jóvenes iniciaron un exilio económico del que ya nos imaginábamos vacunados.
En medio de aquella debacle económica, sin embargo, sucedieron algunas cosas muy interesantes que están en la base del cambio en la foto de la agricultura almeriense (al menos de la dedicada a las frutas y hortalizas). Al desaparecer la posibilidad de una pronta recalificación y al volatilizarse el empleo en otros sectores, la agricultura comenzó a recibir capital humano con formación especializada, muchas de las veces integrantes de la tercera generación de propietarios de explotaciones que habían buscado una salida profesional fuera del invernadero.
Otro de los fenómenos acaecidos tras el estallido de la burbuja es que, al desaparecer los beneficios extraordinarios en la construcción y servicios, las alternativas de inversión se redujeron y, en el nuevo catálogo de posibilidades, los rendimientos de la agricultura volvieron a ser atractivos.
Esa combinación de nueva inversión e incorporación de talento pronto comenzó a dar resultados. El sector volvió a crecer, incluso en hectáreas invernadas. Pero, sobre todo, en términos de valor, hasta el punto de que la tendencia del ingreso unitario real ha cambiado de sentido y ahora parece que vuelve a incrementarse.
Más internacionales y más grandes
Pero han sucedido otras cosas, a lo mejor no tan obvias, pero probablemente igual de importantes. Por ejemplo, en la pasada campaña alcanzamos el hito de haber exportado el 80% de nuestra producción. En realidad, la mayor parte del crecimiento de los últimos años ha sido absorbido por los mercados exteriores. Por un lado, implica que obtenemos un mayor precio por nuestros productos. Y, por otro, que nuestras producciones no solo no pierden competitividad en los mercados internacionales, sino que la mantienen o incluso la aumentan. Y esto no es baladí. Si lo unimos a la tendencia al incremento de la dimensión de las grandes cadenas, significa que estamos siendo capaces de responder a sus peticiones crecientes de cantidad, calidad y servicio.
Por otro lado, el grado de concentración de nuestra oferta sigue aumentando poco a poco. En la pasada campaña las “cinco grandes” fueron responsables de la comercialización del 39,4 % del total de la producción, también un nuevo máximo en el registro histórico. Seguramente, esta concentración esté relacionada con el anterior factor mencionado, ya que un mayor volumen de producto favorece la capacidad de prestar el servicio que exigen nuestros poderosos clientes.
La preocupación principal era una vieja conocida de la economía agraria: la tendencia de los precios a reducirse a largo plazo. No nos parecía posible dar la vuelta a esa maldición; además, la gran dimensión alcanzada por las cadenas de distribución minorista dejaba poco espacio a la esperanza. De todas formas, aquellos problemas quedaban ocultos bajo la enorme revalorización de los suelos, en un tiempo en el que casi cualquier parcela soñaba con ser recalificada.
El final de aquella edad dorada del ladrillo desató sobre la economía de la provincia una crisis de una intensidad absolutamente desconocida para la mayoría de la población. Nuestra tasa de paro pasó de estar en torno a la media nacional, a ser la mayor de España durante dos trimestres consecutivos, y muchos de nuestros jóvenes iniciaron un exilio económico del que ya nos imaginábamos vacunados.
En medio de aquella debacle económica, sin embargo, sucedieron algunas cosas muy interesantes que están en la base del cambio en la foto de la agricultura almeriense (al menos de la dedicada a las frutas y hortalizas). Al desaparecer la posibilidad de una pronta recalificación y al volatilizarse el empleo en otros sectores, la agricultura comenzó a recibir capital humano con formación especializada, muchas de las veces integrantes de la tercera generación de propietarios de explotaciones que habían buscado una salida profesional fuera del invernadero.
Otro de los fenómenos acaecidos tras el estallido de la burbuja es que, al desaparecer los beneficios extraordinarios en la construcción y servicios, las alternativas de inversión se redujeron y, en el nuevo catálogo de posibilidades, los rendimientos de la agricultura volvieron a ser atractivos.
Esa combinación de nueva inversión e incorporación de talento pronto comenzó a dar resultados. El sector volvió a crecer, incluso en hectáreas invernadas. Pero, sobre todo, en términos de valor, hasta el punto de que la tendencia del ingreso unitario real ha cambiado de sentido y ahora parece que vuelve a incrementarse.
Más internacionales y más grandes
Pero han sucedido otras cosas, a lo mejor no tan obvias, pero probablemente igual de importantes. Por ejemplo, en la pasada campaña alcanzamos el hito de haber exportado el 80% de nuestra producción. En realidad, la mayor parte del crecimiento de los últimos años ha sido absorbido por los mercados exteriores. Por un lado, implica que obtenemos un mayor precio por nuestros productos. Y, por otro, que nuestras producciones no solo no pierden competitividad en los mercados internacionales, sino que la mantienen o incluso la aumentan. Y esto no es baladí. Si lo unimos a la tendencia al incremento de la dimensión de las grandes cadenas, significa que estamos siendo capaces de responder a sus peticiones crecientes de cantidad, calidad y servicio.
Por otro lado, el grado de concentración de nuestra oferta sigue aumentando poco a poco. En la pasada campaña las “cinco grandes” fueron responsables de la comercialización del 39,4 % del total de la producción, también un nuevo máximo en el registro histórico. Seguramente, esta concentración esté relacionada con el anterior factor mencionado, ya que un mayor volumen de producto favorece la capacidad de prestar el servicio que exigen nuestros poderosos clientes.
Análisis de la campaña hortofrutícola de Almería |
No obstante, no es conveniente dormirse en los laureles. Los mercados han dado sobradas muestras de su capacidad de mutación, y a los agentes que no prestan atención a los cambios es fácil verlos hundirse entre esas olas que no fueron capaces de vislumbrar. Aunque los últimos años el campo almeriense ha logrado añadir algunos nuevos blasones a su ya larga lista de méritos, hay algunas sombras que amenazan el modelo.
Las sombras del modelo
La principal, como siempre, es la falta de agua. Es verdad que el sector es plenamente consciente de ello y que lleva años buscando fórmulas que permitan paliar los problemas. Los agricultores están poniendo el foco sobre la sobreexplotación de los acuíferos, y Cajamar lidera una iniciativa para hacer de esta necesidad virtud y buscar soluciones a la vez que se crea riqueza con ellas.
Otro problema es el descenso en las últimas campañas del porcentaje de superficie bajo control biológico. La explicación del sector es que este manejo no termina de funcionar en todas las especies. Es muy probable que esto sea así, pero también lo es que puede convertirse en una debilidad, un flanco del modelo que hay que vigilar y, a ser posible, reconducir.
Finalmente, y sin ánimo de ser exhaustivo, las fricciones entre Estados Unidos y China o la inminente salida del Reino Unido de la UE, ponen de manifiesto que la globalización puede no ser una fuerza irreversible. O que hay elementos que pueden distorsionar de manera importante los mercados. Para un sector que exporta el 80 % de su producción, que triunfen posturas proteccionistas no es una buena noticia. Si el brexitse produce en los términos peores (sin acuerdo) podremos hacernos una idea de la exposición de nuestras producciones a estos cambios en el tablero internacional y pondremos a prueba nuestra capacidad para adaptarnos con rapidez a dichos cambios.
La tercera generación de agricultores está comenzando a tomar las riendas del sector. Nos esperan sin duda años emocionantes e intensos. Años en los que veremos hasta qué punto la digitalización o la mecanización permean el sector. Años en los que los valores y la sostenibilidad se asentarán como argumentos principales de venta. Años en los que veremos los envites del cambio climático sobre nuestro territorio.
Años, en fin, en los que, como la reina roja de Alicia en el país de las maravillas, tendremos que movernos deprisa para lograr mantenernos en el mismo lugar.
Las sombras del modelo
La principal, como siempre, es la falta de agua. Es verdad que el sector es plenamente consciente de ello y que lleva años buscando fórmulas que permitan paliar los problemas. Los agricultores están poniendo el foco sobre la sobreexplotación de los acuíferos, y Cajamar lidera una iniciativa para hacer de esta necesidad virtud y buscar soluciones a la vez que se crea riqueza con ellas.
Otro problema es el descenso en las últimas campañas del porcentaje de superficie bajo control biológico. La explicación del sector es que este manejo no termina de funcionar en todas las especies. Es muy probable que esto sea así, pero también lo es que puede convertirse en una debilidad, un flanco del modelo que hay que vigilar y, a ser posible, reconducir.
Finalmente, y sin ánimo de ser exhaustivo, las fricciones entre Estados Unidos y China o la inminente salida del Reino Unido de la UE, ponen de manifiesto que la globalización puede no ser una fuerza irreversible. O que hay elementos que pueden distorsionar de manera importante los mercados. Para un sector que exporta el 80 % de su producción, que triunfen posturas proteccionistas no es una buena noticia. Si el brexitse produce en los términos peores (sin acuerdo) podremos hacernos una idea de la exposición de nuestras producciones a estos cambios en el tablero internacional y pondremos a prueba nuestra capacidad para adaptarnos con rapidez a dichos cambios.
La tercera generación de agricultores está comenzando a tomar las riendas del sector. Nos esperan sin duda años emocionantes e intensos. Años en los que veremos hasta qué punto la digitalización o la mecanización permean el sector. Años en los que los valores y la sostenibilidad se asentarán como argumentos principales de venta. Años en los que veremos los envites del cambio climático sobre nuestro territorio.
Años, en fin, en los que, como la reina roja de Alicia en el país de las maravillas, tendremos que movernos deprisa para lograr mantenernos en el mismo lugar.
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