¿Hablamos de urbanización o de desruralización? (2ª parte)
Este artículo quiere ser la prometida continuación de uno de 2018 (¿ya hace tanto?) que quedó pendiente.
En la anterior entrega hablamos del proceso de desruralización acelerada de España, de sus comienzos, de los mecanismos que lo provocaron y lo aceleraron y de las consecuencias económicas, sociales y medioambientales que ha supuesto.
Lo que quiero tratar ahora es de evaluar si existe alguna posibilidad de invertir el proceso. En primer lugar, parece claro que las ciudades se han convertido en los centros sobre los que la industria y la tecnología han edificado sus ecosistemas. Y no es esperable que esto deje de ser así en el futuro inmediato. Las ciudades, como hemos comentado, son centros concentradores de consumo, pero también de capital humano y financiero, y esto no es baladí. Los principales centros financieros del mundo, los principales puntos de desarrollo de la tecnología están en grandes urbes, que proveen a las personas de servicios de comunicaciones, de formación y culturales con los que no cuentan las áreas rurales ni sus miniciudades. Las ciudades son centros de oportunidades para el capital y las personas y seguirán ejerciendo su fuerza de gravedad sobre ellos.
Por otro lado, las grandes infraestructuras de transporte hasta el momento parece que han funcionado más como vías de escape que como nexos de conexión entre el ámbito rural y urbano, produciéndose la paradoja de que una buena conexión viaria es vital para el mantenimiento de la comunidad rural y, al mismo tiempo, es también la herida por la que poco a poco se va desangrando demográficamente.
Sin embargo, actualmente existen al menos tres factores que pueden suponer un cambio de tendencia en el flujo descrito:
Por desgracia, no todas las zonas rurales podrán beneficiarse de este proceso, posiblemente la accesibilidad desde y hacia las ciudades siga siendo un elemento primordial. Y las que puedan, tal vez tengan que repensar su modelo de gobernanza para dar cabida a pobladores que no tienen arraigo y que pueden tener visiones muy diferentes a las de los habitantes autóctonos.
Pero lo cierto es que, por primera vez desde los años 70, existe una posibilidad real de reversión del proceso, más allá de comunas de jóvenes hippies y ruralistas convencidos. Por primera vez en la historia reciente, algunas zonas rurales tienen en sus manos una oferta atractiva para una demanda creciente, y con un horizonte más allá de la agricultura y ganadería.
En la anterior entrega hablamos del proceso de desruralización acelerada de España, de sus comienzos, de los mecanismos que lo provocaron y lo aceleraron y de las consecuencias económicas, sociales y medioambientales que ha supuesto.
Lo que quiero tratar ahora es de evaluar si existe alguna posibilidad de invertir el proceso. En primer lugar, parece claro que las ciudades se han convertido en los centros sobre los que la industria y la tecnología han edificado sus ecosistemas. Y no es esperable que esto deje de ser así en el futuro inmediato. Las ciudades, como hemos comentado, son centros concentradores de consumo, pero también de capital humano y financiero, y esto no es baladí. Los principales centros financieros del mundo, los principales puntos de desarrollo de la tecnología están en grandes urbes, que proveen a las personas de servicios de comunicaciones, de formación y culturales con los que no cuentan las áreas rurales ni sus miniciudades. Las ciudades son centros de oportunidades para el capital y las personas y seguirán ejerciendo su fuerza de gravedad sobre ellos.
Por otro lado, las grandes infraestructuras de transporte hasta el momento parece que han funcionado más como vías de escape que como nexos de conexión entre el ámbito rural y urbano, produciéndose la paradoja de que una buena conexión viaria es vital para el mantenimiento de la comunidad rural y, al mismo tiempo, es también la herida por la que poco a poco se va desangrando demográficamente.
Sin embargo, actualmente existen al menos tres factores que pueden suponer un cambio de tendencia en el flujo descrito:
- La tecnología y su capacidad para hacernos ubicuos. Aunque la pandemia a acelerado el proceso de adopción de tecnologías de conexión remota tanto para las relaciones laborales como para las personales, lo cierto es que es ahora cuando se ha logrado contar con redes de datos de alta capacidad que permiten y abaratan la conexión. El inminente despliegue de la tecnología 5G va a permitir velocidades de fibra sin necesidad de fibra, provocando con mucha probabilidad una nueva revolución en la forma en la que trabajamos y nos comunicamos, incluso en la forma en la que nuestros programas de software hacen las operaciones. Esta conjunción tecnológica puede facilitar la llegada a zonas rurales de los nómadas digitales, personas que no están sujetos a un puesto fijo de trabajo y que solo necesitan una buena conexión.
- El precio de los alquileres y la crisis que se nos viene. El precio de los alquileres, que tienden a ser más elevados en las zonas más densamente pobladas, junto con el aumento de las dificultades económicas poscovid pueden accionarse como palancas de impulsión de población de la ciudad al campo, buscando unos niveles de vida más asequibles.
Fuente: Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana |
- Una generación de ciudadanos más concienciados. Los males de las ciudades –contaminación, ruido, modos de vida acelerados y desconectados de la naturaleza– cada vez pesan más en una población que ha tomado conciencia de la importancia de la sostenibilidad en nuestro futuro. O, directamente, cada vez hay más personas que perciben los costes de la ciudad por encima de los beneficios.
Por primera vez en la historia reciente, algunas zonas rurales tienen en sus manos una oferta atractiva para una demanda creciente, y con un horizonte más allá de la agricultura y ganadería
Por desgracia, no todas las zonas rurales podrán beneficiarse de este proceso, posiblemente la accesibilidad desde y hacia las ciudades siga siendo un elemento primordial. Y las que puedan, tal vez tengan que repensar su modelo de gobernanza para dar cabida a pobladores que no tienen arraigo y que pueden tener visiones muy diferentes a las de los habitantes autóctonos.
Pero lo cierto es que, por primera vez desde los años 70, existe una posibilidad real de reversión del proceso, más allá de comunas de jóvenes hippies y ruralistas convencidos. Por primera vez en la historia reciente, algunas zonas rurales tienen en sus manos una oferta atractiva para una demanda creciente, y con un horizonte más allá de la agricultura y ganadería.
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