Una agricultura entre Heidi y Cruella de Vil

Vivimos ensimismados. La sociedad que hemos alumbrado no para de mirarse el ombligo, aunque lo hace de forma superficial y recurrente. Lo principal es la brillantez en el regate corto argumental: hemos trasladado twitter al Parlamento. El «zasca» ha sustituido al argumento. En parte por eso somos incapaces de profundizar en las consecuencias últimas de nuestras decisiones y las percibimos no como lo que son, resultados, sino como variables exógenas o como la consecuencia de las decisiones de terceros.
El «zasca» ha sustituido al argumento
Esta circunstancia se puede observar claramente en los debates en torno al futuro del sector agroalimentario. La distancia que existe (ya no kilométrica, sino de pensamiento) entre la ciudadanía que induce las decisiones políticas y el sector que debe adaptase a dichas medidas es un buen ejemplo.

Una escalada de costes y precios sin precedentes

Comencemos por lo más sencillo y cercano. Desde el verano, el conjunto de la economía se está viendo afectada por una escalada de costes motivada por un conjunto complejo de razones entre las que se encuentran: la discontinuidad en las cadenas de suministro global a causa de cuellos de botella en las infraestructuras de transporte y de una demanda que ha sobrepasado con creces la capacidad de la oferta para responder; el aumento de precios de la energía, que en Europa se ha visto impulsado por el crecimiento de los precios del gas natural y por cuestiones de índole geoestratégico tanto en los suministros que llegan desde el este como los que vienen del suroeste; un aumento de las materias primas de toda índole, desde las de origen mineral como las de origen agrario, que se retroalimenta con las otras razones. El resultado es un incremento rápido e intenso de los costes de producción de nuestro sector primario. Desde la pesca hasta la agricultura, pasando por la ganadería, que se enfrenta a una especie de tormenta perfecta con incremento de los precios de la electricidad, los piensos y la mano de obra. En el caso del porcino, además, con una caída de precios que está poniendo en peligro la subsistencia de muchas explotaciones.

El comportamiento lógico sería el traslado de esos aumentos de costes, o al menos de una parte importante de ellos, a los precios de los productos finales. Pero la estructura de la cadena dificulta la transmisión de los aumentos de coste aguas abajo, ya que la distribución intentará dilatar lo más posible esta medida, por miedo a perder a sus clientes a manos de otra cadena que sea capaz de aguantar más. Mientras, muchas explotaciones se verán obligadas a cerrar sus puertas. Eso sí, en las ciudades seguiremos queriendo las estanterías de los supermercados tan llenas como siempre y, a poder ser, a precios ajustados.

El comportamiento lógico sería el traslado de esos aumentos de costes, o al menos de una parte importante de ellos, a los precios de los productos finales

La agricultura tipo Heidi

Por otro lado, el consumidor final está cada día más concienciado, sobre todo el europeo, tanto social como medioambientalmente. Por eso estamos aumentando los requerimientos de sostenibilidad de las explotaciones, exigimos cada vez más en términos de bienestar animal para la ganadería, apostamos por los productos de temporada y por los circuitos cortos o renegamos de la intensificación. Se nos olvida, o no queremos darnos cuenta, que muchas de estas medidas conllevan un aumento de los costes fijos de producción. Unos costes que normalmente no se recuperan por la vía del precio, salvo en momentos muy puntuales y cada vez menos frecuentes. Muchas explotaciones optan por la mecanización, otras por la ganancia de dimensión para diluir entre más unidades dichos costes. Pero, si las explotaciones crecen demasiado, comenzamos a mirarlas con recelo, porque no encajan con la imagen mental que tenemos de una explotación agraria modelo. Hasta cierto punto, da la impresión de que los consumidores urbanos de nuestra Europa apuestan por una agricultura tipo Heidi, en las que todas las cabritas tienen nombre propio y en la que pertinentemente olvidamos que el pastor Pedro es un niño haciendo el trabajo de un hombre.

GIF de Haidi y Pedro bailando



Los ciudadanos bienintencionados imaginan una agricultura completamente ecológica, modeladora de paisajes idílicos que visitar los fines de semana o en vacaciones. Lo mismo que nuestros políticos. Un ejemplo es la estrategia «de la granja a la mesa». La idea de fondo no es mala, es una obviedad que el sector agroalimentario tiene mucho que decir en el ámbito de la reducción de la emisión de gases de efecto invernadero, y que a largo plazo debe haber a nivel mundial un rebalanceo hacia las producciones vegetales, reduciendo –que no eliminando– las producciones animales. Sin embargo, recientes estudios han puesto de manifiesto que esta estrategia va a reducir la producción agroganadera dentro de la Unión y que las reducciones esperadas de emisiones se van a ver compensadas por el crecimiento de estas en los países que crearán nuevas explotaciones para satisfacer la parte de la demanda que nosotros dejemos de cubrir. Es decir, cubrimos el objetivo en Europa, pero exportamos nuestras emisiones a otros países por lo que el efecto neto es prácticamente cero en términos de emisiones, pero no en el de la garantía de suministro alimentario para los mercados europeos.

El sector agroalimentario europeo en general, y el español en particular, llevan muchos años haciendo las cosas cada vez mejor. Y estoy seguro de que todos sus integrantes son plenamente conscientes de que deben seguir avanzando en todos los frentes: en el de las emisiones, en el de la sostenibilidad, en el del bienestar de las especies que criamos, en el de la seguridad alimentaria… No podemos pretender que todo el sector se comporte como el modelo Heidi, salvo que estemos dispuestos a pagar su precio de obtención, un precio que no solo es económico, sino que también puede tener una componente medioambiental muy elevada ya que se necesita mucho más territorio.

No podemos pretender que todo el sector se comporte como el modelo Heidi, salvo que estemos dispuestos a pagar su precio

La sociedad debe ser consciente de que más allá del modelo Heidi no solo está del de Cruella de Vil, sino que hay muchos otros modelos posibles y rentables tanto desde el punto de vista económico, como social y medioambiental.

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