Al final, nuestros hijos sí que vivirán mejor que nosotros
En contra de los presagios apocalípticos en torno al futuro, de los que no me declaro inmune, llevo un tiempo pensando que mis hijos, en general nuestros hijos, tienen bastantes posibilidades de vivir mejor que nosotros. Sí, al final es más que probable que no se convierta en la única generación que no ha logrado mejorar los niveles de vida que sus predecesores…
El pesimismo en torno a su futuro tiene argumentos potentes a favor. Nuestros jóvenes han crecido en medio de algunos de los sucesos más traumáticos que ha vivido la humanidad en los últimos siglos, si exceptuamos las guerras mundiales y, en el caso de España, la Guerra Civil. Durante su infancia y adolescencia se han encadenado la Gran Recesión, el estallido de la super burbuja inmobiliaria española, la pandemia de covid-19, las primeras consecuencias evidentes del cambio climático y, ahora, la invasión de Ucrania y sus repercusiones.
Aun así, me declaro optimista. ¿En qué me baso? Ahí van algunas ideas:
Desde 2009, sin embargo, volvimos a la tendencia decreciente anterior que en los dos ´últimos años se ha visto amplificada por el efecto de la pandemia. Por otro lado, la mortalidad poco a poco ha ido aumentando. Aunque somos uno de los países con mayor esperanza de vida, no hemos logrado escapar aún de la muerte, y es natural que en los próximos años el número de muertes siga creciendo año a año, hasta que desaparezcamos los últimos representantes del baby boom español.
La combinación de estos fenómenos provoca que el peso de la población menor de 20 años sobre el total haya ido reduciéndose, desde el 35,7 % de 1971 hasta el 19,2 % de enero de 2022.
Esto se va a reflejar en el mercado de trabajo. Dado que las primeras cohortes del baby boom están comenzando a jubilarse, en los próximos 15 años saldrán del mercado de trabajo más personas de las que entrarán. Por tanto, cuando mi hijo adolescente llegue a dicho mercado encontrará mucha menos competencia de la que tuve yo, nacido en 1968, cuando me incorporé a él en 1989.
Obviamente, la inmigración jugará un papel importante; pero aun así es casi seguro que las condiciones de entrada en el mercado serán mejores que las nuestras. Además, el nivel medio de la educación también sigue una tendencia creciente, por lo que su nivel formativo medio será (es) mayor que el nuestro, así que podrán acceder a empleos de mejor calidad.
Siempre que no nos metamos en una guerra como protagonistas, claro. Incluso la actual crisis gasística nos va a abocar a acelerar la transición energética hacia un modelo basado principalmente en las renovables, un terreno en el que nuestro país puede jugar un papel protagonista, originando nuevos empleos en un sector para el que cabe augurar un fuerte crecimiento durante las próximas décadas.
Precisamente esta semana llegaba, a través del Blog de Enrique Dans, a un estudio que afirma que la transición hacia un modelo energético 100 % renovable es posible tanto técnica como económicamente. A mí me caben algunas dudas más que a Dans, pero no me cabe ninguna sobre la mayor sensibilidad medioambiental de las generaciones más jóvenes y sobre la seguridad de que ellos serán una parte importante en el impulso que se precisa para propiciar el cambio.
La primera es que nos enzarcemos en algún conflicto bélico externo o interno –nada descartable después de asistir por televisión al asalto al Congreso de los EE. UU.–.
La segunda es mucho más profunda. La demografía es una de las bases del motor de las economías. Poblaciones grandes y en crecimiento generan más innovación y crecimiento económico potencial. Nuestros descendientes se van a encontrar un mundo de grandes poblaciones, pero muy envejecidas, por lo que debemos inculcarles la necesidad de que innoven, de que prosigan con el progreso tecnológico al menos al mismo ritmo que alcanzó nuestra generación. En parte, eso se transmite y se logra a través de la educación –es la piedra angular de cualquier posibilidad de futuro–. Que tengamos menos niños hay que considerarlo una oportunidad de incrementar la inversión por alumno. No reduzcamos los presupuestos en esta materia, solo manteniéndolos constantes ya conseguiríamos mejorar la educación de los que vienen detrás. Desde una ratio menor de alumnos por aula hasta mejores equipamientos científicos y técnicos en los colegios. Por otro lado, una población envejecida y cada vez más tecnificada seguro que genera nuevas necesidades y posibilidades que permitan expandir la economía sin que lo haga el mercado.
La tercera es también de calado. Nuestro modelo económico ha generado un impacto medioambiental sin paragón en la historia natural (salvo, se me ocurre, las bacterias que transformaron la atmósfera del planeta). No sé si tarde, pero muchos nos hemos percatado de que tendremos que cambiar muchas cosas si queremos seguir viviendo en un planeta habitable para nosotros. El modelo productivo debe reconvertirse en circular; la energía tendrá que ser renovable en su mayor parte y los procesos de base biológica tendrán que diseñarse para que sean sostenibles. En suma, habrá que usar muchos menos recursos que actualmente por cada unidad monetaria generada. Como he mencionado antes, son ellos los que tendrán que poner en marcha ese nuevo sistema sobre las bases que la ciencia actual está sembrando.
Finalmente, y esto es en clave española, para que tengan una oportunidad, nosotros (la generación actual) debemos pensar en ellos y comenzar a reducir nuestra deuda pública a niveles que no solo no les hipoteque su futuro, sino que les permita el mismo margen de maniobra que hemos tenido nosotros cuando las cosas les vengan mal dadas (que sucederá).
El pesimismo en torno a su futuro tiene argumentos potentes a favor. Nuestros jóvenes han crecido en medio de algunos de los sucesos más traumáticos que ha vivido la humanidad en los últimos siglos, si exceptuamos las guerras mundiales y, en el caso de España, la Guerra Civil. Durante su infancia y adolescencia se han encadenado la Gran Recesión, el estallido de la super burbuja inmobiliaria española, la pandemia de covid-19, las primeras consecuencias evidentes del cambio climático y, ahora, la invasión de Ucrania y sus repercusiones.
Aun así, me declaro optimista. ¿En qué me baso? Ahí van algunas ideas:
Menos a repartir…
Ellos son menos. España ha protagonizado una transición demográfica algo tardía pero acelerada de forma que actualmente nuestro saldo vegetativo es negativo (ya lo era antes de la pandemia de COVID-19). Como se puede ver en el Gráfico 1 nuestra tasa de natalidad lleva en retroceso desde los años 70. Solo durante el arranque del siglo vivimos una recuperación de la misma, protagonizada principalmente por los enormes contingentes inmigratorios que recibimos durante aquellos años.Fuente: INE |
Desde 2009, sin embargo, volvimos a la tendencia decreciente anterior que en los dos ´últimos años se ha visto amplificada por el efecto de la pandemia. Por otro lado, la mortalidad poco a poco ha ido aumentando. Aunque somos uno de los países con mayor esperanza de vida, no hemos logrado escapar aún de la muerte, y es natural que en los próximos años el número de muertes siga creciendo año a año, hasta que desaparezcamos los últimos representantes del baby boom español.
La combinación de estos fenómenos provoca que el peso de la población menor de 20 años sobre el total haya ido reduciéndose, desde el 35,7 % de 1971 hasta el 19,2 % de enero de 2022.
Fuente: INE |
Esto se va a reflejar en el mercado de trabajo. Dado que las primeras cohortes del baby boom están comenzando a jubilarse, en los próximos 15 años saldrán del mercado de trabajo más personas de las que entrarán. Por tanto, cuando mi hijo adolescente llegue a dicho mercado encontrará mucha menos competencia de la que tuve yo, nacido en 1968, cuando me incorporé a él en 1989.
Obviamente, la inmigración jugará un papel importante; pero aun así es casi seguro que las condiciones de entrada en el mercado serán mejores que las nuestras. Además, el nivel medio de la educación también sigue una tendencia creciente, por lo que su nivel formativo medio será (es) mayor que el nuestro, así que podrán acceder a empleos de mejor calidad.
Son menos, accederán a un mercado de trabajo con elevadas tasas de jubilación y ocuparán empleos de mejor calidad que los nuestros
Fuente: Encuesta de Población Activa, INE |
…una tarta algo más grande
Además, tras la pandemia y la invasión rusa de Ucrania, y ante las crecientes tensiones con China, es más que probable que asistamos a un movimiento de reflujo de la globalización, con la repatriación de procesos productivos considerados estratégicos, como pueden ser los semiconductores, los productos farmacéuticos o los alimentos básicos, con lo que la oferta de empleo se verá fortalecida por esta vía.Siempre que no nos metamos en una guerra como protagonistas, claro. Incluso la actual crisis gasística nos va a abocar a acelerar la transición energética hacia un modelo basado principalmente en las renovables, un terreno en el que nuestro país puede jugar un papel protagonista, originando nuevos empleos en un sector para el que cabe augurar un fuerte crecimiento durante las próximas décadas.
Precisamente esta semana llegaba, a través del Blog de Enrique Dans, a un estudio que afirma que la transición hacia un modelo energético 100 % renovable es posible tanto técnica como económicamente. A mí me caben algunas dudas más que a Dans, pero no me cabe ninguna sobre la mayor sensibilidad medioambiental de las generaciones más jóvenes y sobre la seguridad de que ellos serán una parte importante en el impulso que se precisa para propiciar el cambio.
Trabas salvables
Dada la tendencia que tenemos los economistas a equivocarnos con nuestras predicciones sobre el futuro (normal cuando piensas que nuestra materia prima es el pensamiento de los humanos), voy a señalar algunas trabas que podrían echar por tierra este vaticinio.La primera es que nos enzarcemos en algún conflicto bélico externo o interno –nada descartable después de asistir por televisión al asalto al Congreso de los EE. UU.–.
La segunda es mucho más profunda. La demografía es una de las bases del motor de las economías. Poblaciones grandes y en crecimiento generan más innovación y crecimiento económico potencial. Nuestros descendientes se van a encontrar un mundo de grandes poblaciones, pero muy envejecidas, por lo que debemos inculcarles la necesidad de que innoven, de que prosigan con el progreso tecnológico al menos al mismo ritmo que alcanzó nuestra generación. En parte, eso se transmite y se logra a través de la educación –es la piedra angular de cualquier posibilidad de futuro–. Que tengamos menos niños hay que considerarlo una oportunidad de incrementar la inversión por alumno. No reduzcamos los presupuestos en esta materia, solo manteniéndolos constantes ya conseguiríamos mejorar la educación de los que vienen detrás. Desde una ratio menor de alumnos por aula hasta mejores equipamientos científicos y técnicos en los colegios. Por otro lado, una población envejecida y cada vez más tecnificada seguro que genera nuevas necesidades y posibilidades que permitan expandir la economía sin que lo haga el mercado.
La tercera es también de calado. Nuestro modelo económico ha generado un impacto medioambiental sin paragón en la historia natural (salvo, se me ocurre, las bacterias que transformaron la atmósfera del planeta). No sé si tarde, pero muchos nos hemos percatado de que tendremos que cambiar muchas cosas si queremos seguir viviendo en un planeta habitable para nosotros. El modelo productivo debe reconvertirse en circular; la energía tendrá que ser renovable en su mayor parte y los procesos de base biológica tendrán que diseñarse para que sean sostenibles. En suma, habrá que usar muchos menos recursos que actualmente por cada unidad monetaria generada. Como he mencionado antes, son ellos los que tendrán que poner en marcha ese nuevo sistema sobre las bases que la ciencia actual está sembrando.
Finalmente, y esto es en clave española, para que tengan una oportunidad, nosotros (la generación actual) debemos pensar en ellos y comenzar a reducir nuestra deuda pública a niveles que no solo no les hipoteque su futuro, sino que les permita el mismo margen de maniobra que hemos tenido nosotros cuando las cosas les vengan mal dadas (que sucederá).
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