Primates al este del Edén

Quién me siga desde hace tiempo –mamá, esto va por ti– sabrá que mi primera vocación fue la de biólogo (la primera seria, porque antes fue militar, misionero o pirata bucanero). Comencé la carrera de Empresariales por una mezcla de limitaciones presupuestarias y estimaciones de probabilidad de éxito profesional. Mi plan era demostrar por la vía de los hechos que aquello no iba conmigo, dejándome llevar y suspendiendo sin media, de forma que mis padres reconsideraran mi plan de hacer Biología en Sevilla. Pero la economía me enganchó. Me di cuenta de que, en realidad, era un mero “caso particular” de la biología, en el que la unidad de cuenta era el dinero en lugar de la energía, pero en el que, en esencia, se producían también transferencias de materia y energía.

Cubierta del libro
Primates al este del Edén

De aquella primera vocación me quedaron dos ligeras “taras”: una tendencia hacia la economía ecológica, con su preocupación por las bases materiales de las economías y una pasión desbocada por todo lo que tiene que ver con la evolución humana.

Recuerdo que, hace muchos años, leyendo a René Passet me quedé con una cita suya en la que planteaba que algún día los manuales de economía se abrirían con el enunciado de los principios de la termodinámica. Ya digo, quedé impactado y no lo he olvidado desde entonces. Pero durante estos días me ha pasado algo similar devorando un libro sobre la evolución del Homo sapiens, que arrancaba su capítulo 11 con esta cita de Robbins (1932):

Los medios materiales para alcanzar los fines son limitados. Hemos sido expulsados del Paraíso. No tenemos vida eterna ni medios ilimitados de gratificación. Dondequiera que miremos, si elegimos una cosa debemos renunciar a otras a las que, en diversas circunstancias, no desearíamos haber renunciado. La escasez de medios para satisfacer fines importancia es una condición casi omnipresente del comportamiento humano.

¡Un libro de biología hablando de economía! Fue leer esto y decidir de inmediato que el libro se merecía una entrada en Capeando el temporal, retomando la ya larga serie sobre comentarios de libros y ensayos. En este caso, el título que traigo a colación se llama Primates al este del Edén, escrito por el biólogo Juan Ignacio Pérez Iglesias. A esas alturas, ya me tenía enganchado a su relato sobre cómo hemos llegado a ser como somos. Pero con la cita y el título del capítulo 11 –Nociones de economía doméstica– me ganó definitivamente.

Lo primero que me llamó la atención fue el título, pero cuando ojeé el índice me decidí a comprarlo, no parecía el típico relato de la evolución del Homo sapiens. Aquí se ponía el acento en los cambios sufridos por nuestro organismo a lo largo del proceso y cómo esos cambios favorecieron (o no) el proceso evolutivo al relacionarse con las transformaciones en el entorno o con las modificaciones en nuestra alimentación. Y todo ello con un tono entretenido (hay muchos guiños al lector, como eso de que los humanos somos “primates cabezones”) y al mismo tiempo con mucho rigor, dejando siempre claro lo que son certezas y lo que son especulaciones. 

A lo largo de las páginas del libro viajamos por el tiempo con nuestra estirpe, analizando aquellas adaptaciones que nos definen como especie: desde la postura erguida (¿a qué presiones evolutivas obedece? ¿Qué ventajas nos otorgó? ¿Qué precio pagamos por ello?), hasta el desarrollo de nuestro portentoso encéfalo y los avances tecnológicos de última hora. Pasando por la reducción de nuestro aparato digestivo, la adopción del cocinado, la perdida de pelo y la invención de un nuevo método de ventilación, el aumento de nuestro tamaño, la mayor longevidad, la aparición de la niñez y la adolescencia o las razones por las que un embarazo dura 9 meses y no 10 o 6. Un viaje apasionante, en el que vislumbramos por qué somos así y, a la vez, cómo trabaja la ciencia, con cooperación (esta palabra es más importante de lo que parece) y acumulación de conocimientos, ideas y pruebas.

Puede que, al ser yo un friqui de la economía y de la evolución humana, estuviera destinado a leer este libro. Pero creo que no hace falta ser friqui de nada para que disfrutarlo, solo es necesario tener un poco de curiosidad sobre algo tan cercano como nosotros mismos.

Enlace para leer muestra o comprar




Comentarios

Entradas populares de este blog

Cambio de modelo, sí o sí

¿RSS-lo-cualo?

Mi planta de naranja lima, de José Mauro de Vasconcelos